Reseña de Juaristi a toda hosti
En el número 29 (2918) de Tropelías publiqué una reseña de "Jon JUARISTI, "Los árboles portátiles". Barcelona, Taurus, 2017, 463 pp." (sic)
Upon a summer wind, there's a certain melody
A
propósito de Los árboles portátiles
de Jon Juaristi
Jon
Juaristi, Los árboles portátiles,
Barcelona, Taurus, 2017, 463 páginas
Pedro
Santana Martínez
Universidad
de La Rioja
Admirable libro. Y ya
desde las cuatro páginas de su prólogo, epítome adelantado de todo lo que viene
después, y en las que ya se deja oír un motivo que nunca nos abandona del todo
a lo largo de las más de 450 del volumen.
Y es que página tras página algo aparece y
suena, va sin irse y siempre vuelve, algo, música o silbido, tonada o tonillo
que subraya, siempre presente en las obras del autor y que un estudiante de
filología de allá por los sesenta, setenta u ochenta del pasado siglo
reconocerá sin dificultades. Nos referimos a las doctrinas del estructuralismo,
a los nombres y fetiches lingüísticos de Jakobson, de Lévi-Strauss, a las oposiciones
binarias que descubren su asimetría última y su conexión con, en fin,
habitualmente la misma cosa o la misma prohibición; hablamos del
estructuralismo, como de la religión del país hablaba el viajero en Egipto, quien
penetra en el último recinto de un templo (donde mora, se supone, la divinidad)
para descubrir allí un perro o un pájaro; y con él el marxismo, ciertos escritores con los que la memoria fue
piadosa durante unas pocas décadas y también algunos mantras que siempre
vendrán bien para pasar el rato.
Como esa música, tonillo que subraya, o lo
que sea dejó de sonar en las aulas o se transmutó de forma irreconocible a
partir de una fecha ya no demasiado cercana, por allá nos tememos cuando
acababa el siglo XX corto, no faltará quien sostenga que el de Los árboles portátiles es un balance y
un ajuste de cuentas que llegan tras una prórroga en la que, por hablar de la
universidad, hemos comenzado a habitar un limbo que algún día merecerá su
propia crónica.
Apresurémonos, no obstante, a señalar que
la historia y las formas de esa falta de reconocimiento, la modulación que ha
desvirtuado los sonidos familiares, constituyen seguramente un relato de
redescubrimientos de autores franceses leídos a través de la lengua inglesa (o
de la americana); y que en consecuencia habremos de verlas como el producto
resultante de la extensión del post-estructuralismo en la metrópoli, pero como
digo, eso merece otros esfuerzos. Curiosamente, adelantémonos a señalar que este
recorrido trasatlántico de ida y vuelta guarda más de una analogía con la
travesía que Juaristi revive con sus prolegómenos, sus escalas y sus mareos.
Pues el libro convoca, en la narración de
un episodio lateral de la Francia de Vichy… y central para la historia del
pensamiento, o de un capítulo suyo en jornada a Brobdignac. Se trata del viaje que
unos cuantos refugiados, en más que inestable inseguridad en el régimen títere
del conocido mariscal, emprendieron de Marsella a las Américas en 1941, en un
mercante, si no ebrio, sí que herrumbroso y destartalado. Entre ellos: el
citado Lévi-Strauss, Breton, Víctor Serge, Wilfredo Lam y algunos otros nombres
–republicanos españoles incluidos en el pasaje– que no serán desconocidos al
lector atento.
Por si lo fueran y como siempre, Juaristi
se preocupa de relatar su historia, y la conexión de sus genealogías con otras,
de modo que convenientemente el libro facilita su travesía al lector con el
complemento de más de 26 páginas, a dos columnas y apretadas, que enumeran las dramatis personae, físicas, jurídicas y
tal vez angélicas, de la obra.
Hay aquí dos puntos que habrá que reseñar.
Uno va nos tememos al centro mismo de la doctrina estructuralista, y Juaristi lo
recuerda aún en las maniobras de desamarre: “En rigor, cualquier imagen puede
convertirse en metáfora de cualquier cosa. Basta con proponérselo”. Esto es,
¿nos movemos según un método que nos garantiza la verdad o la necesidad de las
conclusiones a las que arribemos o parece método y es sólo ruido?
El otro consiste en la aparente paradoja
de que el estructuralismo, una doctrina que postularía abstracciones más frías que
las geométricas, abstracciones en la que los sonidos no suenan y los parientes
son álgebra, se mueve y sólo puede encarnarse en ese inabarcable árbol
genealógico, e pluribus unus (digo
yo, pues arbor es masculino) de los numerosos
habitantes del drama, con sus miserias y sus aciertos, con sus enemigos y con
los que no lo son tanto. El lector, por su parte, nos excusará de mayores
explicaciones: no decimos que Los árboles
portátiles sea un manual vestido de humanidad; decimos que ésta, como la
peste, siempre aparece tras los relucientes y rectilíneos paramentos de las
teorías.
Reparemos en cómo se conecta un punto con
el otro. En el prólogo, cuyas últimas palabras hemos copiado un poco más
arriba, el autor nos habla de la sinécdoque (o llamémosla metonimia por
metonimia) y de la metáfora. Habrá que decir que las relaciones de las que
habla el estructuralismo de los manuales nos recuerdan poco a la metonimia, no
hay contacto entre partes atributivas, más bien relaciones de homología o de
analogía que conectan ahora puntos y constelaciones tal vez lejanas, que nunca han
oído las unas de las otras, y lo hace tal y como finge el pensamiento vencer
las distancias que niegan la causalidad, según veremos más abajo.
Las familias, las esposas, los gendarmes y
los amantes, los enemigos íntimos y leales, son en cambio pura metonimia, a la
que la metáfora se asoma sólo para hacernos pasar el rato.
En la prosa de Juaristi no sucede que las
metonimias desalojen a las metáforas, es que el ajuste de cuentas con el
estructuralismo llega a los tuétanos mismos, estamos hechos de metonimias
mientras que las metáforas son afeites.
Ahora bien, hemos de completar el
razonamiento. No se trata sólo de que se deba poblar de cuerpos con nombre y
apellido, o con fantasmas de apariencia humana, el tratado que nos sustituye
por una pretendidamente exacta composición de símbolos. Es que esos símbolos no
se mueven de por sí. Debajo de todo, así concluirá nuestro autor, está el
pequeño hombre que mueve los hilos. Como está, y aparece a ese respecto Benjamin,
citado en extenso el comienzo mismo de su Über den Begriff der Geschichte, que Juaristi pone
así en alemán para mayor ilustración y para mencionar a continuación y por
contraste a Shannon. Más didáctico fuera evocar a Turing, porque el problema del
que se trata no es sino el de la inevitabilidad del sujeto, que al operar con
sus representaciones confirma la inercia de éstas. Alguien ha de ponerlas en
marcha.
Recordemos que no es lo mismo tener una
teoría de algo de tener un procedimiento mecánico para aplicar a cualquier
problema esa teoría, pero incluso en este caso la decisión de aplicarlo
requiere de un sujeto.
Y es esa dependencia del sujeto lo que
hace que al final las vacas de noche o de día puedan ser de cualquier color.
Que es una propiedad característica de las vacas. Y de todo lo demás, al menos
según sostienen en esta universidad contemporánea a la que al comienzo aludimos
con aprensión, no sabemos si bien disimulada.
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