Al día siguiente del fallecimiento de Gustavo Bueno: solicitado por el diario La Rioja





Ars longa: en la muerte de Gustavo Bueno


A la hora en que escribo este artículo, no ya la mera noticia, sino también las muestras de ese género que conocemos bajo la etiqueta de artículo de opinión, junto con los usuales textos más informativos de carácter biográfico o bibliográfico, se han multiplicados en los medios electrónicos e impresos. Escribo tras leer unos cuantos que quizá representen de manera cabal las posiciones posibles que se dan ante la figura de Bueno y que son también las que conforman el panorama político de fondo en España.
No creo exagerado ni extemporáneo esto último, y el lector sabrá excusarme de mayores precisiones. Un detalle que creo significativo es que a la ignorancia o al olvido de la figura de Gustavo Bueno, tan habitual durante años en algunos lugares, no le ha seguido el silencio que ahora parecería coherente. Al contrario, y como suele, la muerte dispara una retórica que al cabo viene a resolverse en la ocultación, en este caso, de la obra filosófica, al punto que parece que lo que importa de un filósofo son anécdotas probablemente apócrifas o la repetición subrayada de unas cuantas opiniones de mayor o menor contundencia.
Sin embargo, cabe preguntarse si un hombre es esa floresta, ese anecdotario, los fragmentos memorables o ingeniosos. O si es más bien, en el caso de un filósofo como el que nos ocupa, la obra sustantiva que requiere no poco esfuerzo por parte de quien se acerca a la misma. Y aquí nos encontramos con la aporía fundamental en que se mueve el discurso corto: una filosofía  no cabe en un aforismo ni cabe en un cuarto de hora y, sin embargo, ese discurso corto y ese cuarto de hora son estupendos vehículos para la suplantación de la filosofía, para el contrabando de mercancía de mala calidad que nos hará creer que dominamos un sistema, que conocemos a fondo una teoría o que no se nos escapa ninguna de las claves de un problema.
En ese sentido, alguno pensará que las características genuinamente filosóficas de la obra de Gustavo Bueno han dificultado su fortuna literaria en un ambiente cultural y académico en que la filosofía se ha visto sustituida por una sucesión siempre empeorable de géneros literarios. Ahora bien, a una verdadera filosofía no le corresponde una fortuna literaria en el sentido habitual del término, sino una implantación que ha de ser una implantación política y crítica.
Así, la filosofía de Gustavo Bueno no pretende fundarse en verdades eternas ni en la sabiduría del pasado. Se erige desde el presente, que es un presente político. Su tarea es la de analizar críticamente los materiales que aparecen en los diversos campos de la actividad humana, la de examinar cómo las ideas surgen y también conforman las categorías con que las que se organiza la realidad, para sobre ello construir con método una filosofía sistemática.
La aporía, la dificultad, de la que hablábamos no es desde luego una excusa. Buena parte de la obra de Gustavo Bueno es accesible de manera gratuita en Internet (el lector puede acudir, por ejemplo y en primer lugar, a www.fgbueno.es y a www.nodulo.org). También lo es una parte importantísima de la obra sobre Gustavo Bueno y, en particular, de las obras numerosas de los autores que se integran en su escuela filosófica, a veces llamada Escuela de Oviedo,  y en ocasiones denominada con el nombre mismo de su filosofía, materialismo filosófico.
Por eso, el legado filosófico de Gustavo Bueno, ya en este momento, no es sólo su obra escrita o sus intervenciones, muchas de ellas grabadas en video o audio y también disponibles en internet. A él pertenecen las obras –artículos, libros, tesis– de sus discípulos, o de las varias generaciones de ellos a que una larga vida ha dado lugar.
No es tarea pertinente, creo, intentar con estas líneas dar una idea de la filosofía de Bueno. Probablemente, la osadía de un sumario o un resumen niegue de algún modo el concepto mismo de filosofía o de filosofía sistemática, pero siempre es posible graduar los esfuerzos y las lecturas a la propia condición. Remito al lector a los sitios web antes citados y le remito a su propio interés para acercarse a aquellos escritos –o a aquellas lecciones en video– que le puedan servir mejor para un primer o un segundo acercamiento.
Pueden distinguirse distintos tipos de filosofía según criterios diferentes. Uno que puede ser útil y que Bueno desarrolló, a los efectos de lo que venimos discutiendo es el que diferencia filosofías centradas de filosofías no centradas: estas vendrían a corresponderse con las disciplinas filosóficas conocidas (lógica, ontología, estética,...) y aquellas con las que se estructuran en torno a realidades dadas como la religión, el estado, la ciencia,... y que conocemos bajo las tan analíticas etiquetas  de filosofía de la religión, filosofía del estado, etc.
Es trabajo no excesivamente complicado, y el lector no tendrá dificultades especiales en hacerlo, recorrer la bibliografía de Gustavo Bueno y utilizar el criterio antes expuesto para organizar sus lecturas, aun sea a partir de sus muy subjetivos, y por otra parte legítimos, intereses. Si prosigue, verá cómo las páginas dedicadas bien a las regiones establecidas de la filosofía académica, bien a asuntos que nos parecerían propios de la caverna (la televisión, el deporte, el mercado, la guerra,...) se asientan sobre una concepción sistemática de la filosofía que se pone a prueba y se desarrolla, a su vez, en las mismas, con tanto rigor y con tanta intensidad en un caso como en el otro.
En La Rioja, en Santo Domingo de la Calzada, desde el año 2004 se ha celebrado ininterrumpidamente un curso de verano de filosofía materialista, resultado de la colaboración del Ayuntamiento de la ciudad, de la Fundación Gustavo Bueno y de la Universidad de La Rioja. Me correspondió desde su inicio, en mi condición de profesor de esta última, ejercer como Director Académico de dichos cursos. Durante una semana al año, pude ser no sólo lector de los escritos de Bueno, ni tampoco sólo espectador atento de sus lecciones –pues no faltó el maestro ningún año a las mismas hasta este julio de 2016. También pude conversar y aprender de él en las múltiples horas que el verano reserva para la discusión detenida o la explicación detallada de un punto difícil. Mi apreciación personal, que creo coincidente con la de muchos otros, es que la energía inmensa de Gustavo Bueno, inagotable, se empleaba al máximo en cada circunstancia, que la guardia filosófica de Don Gustavo estaba siempre alta, y que para cada cuestión, para cada problema, existía una perspectiva, la mejor, que era la que él formulaba cuando los demás parecíamos haber dejado el asunto tan exhausto como lo podíamos estar nosotros mismos.
Nos parece ahora que esa energía se ha agotado, que de la fuente no llega nada más, pero la virtud de lo escrito –qué te voy a decir, amigo lector– es la permanencia. Es ahora nuestra responsabilidad que esa energía que se plasmó en tantas lecciones y en tantos textos, siga siendo fructífera y renovada.
El lector habrá reconocido en el título de este escrito el comienzo del aforismo famoso de Hipócrates. Diré que medir el arte con la vida para desconsuelo de esta última no es una interpretación afortunada del mismo. Al contrario, la grandeza de la vida del hombre la señala su obra. Como el clásico, seguiremos escuchando con los ojos a Gustavo Bueno.



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