Manuel Saiz: Una entrevista por correspondencia
Para que también se pierda como pedeefes en la nube, copio aqui el texto de una dizque entrevista que la revista Codal tuvo a bien publicar en su número 8 (segunda época) en 2015, de su página 73 a la 115. El lector puede seguir aquí o, para mayor esemplasticidad, hacerlo a partir de aquí:
Google Drive con Manuel Saiz
Manuel Saiz
(manuelsaiz.com) vive en Alemania y lo que el lector encontrará bajo esta
introducción es el resultado de la inscripción en un archivo informático que
vive tal vez en un lugar de California, o vaya uno a saber dónde (https://www.google.com/about/datacenters/gallery/#/places),
de mis preguntas desde Logroño y sus respuestas desde Berlín.
Es obligado en
este caso –y no sólo cortesía al uso– reconocer la buena disposición de Manuel
Saiz al escribir unas respuestas en las que el lector podrá reconocer el
trabajo intelectual y literario que ha puesto en ellas. El entrevistador, por
su lado, habrá incurrido en lugares comunes o se habrá recreado en su papel de
entrevistador a distancia. Lo que no ha podido evitar es algún asomo coloquial,
entre las alusiones semicultas y los nombres de las vacas sagradas que ha
frecuentado, lo que, a estas alturas, cuando dicho entrevistador concluye con
la escritura de un comienzo, mejor será no purgar.
Una
caracterización de la carrera de Manuel Saiz pasa por subrayar la importancia
de su obra escrita. Su obra plástica, sus instalaciones o sus videos (género
que es también un género escrito) se ha acompañado a lo largo de bastante
tiempo de títulos de interés. En la entrevista, en concreto, hay referencias
explícitas a True Art Lovers 101 Ideas
clave y a A Colossal Blog[1], pero
el lector encontrará información más completa en http://manuelsaiz.com/writings.html,
donde no poco del material referenciado se encuentra disponible en línea.
En cuanto a los
videos, en la conversación de teclado y pantalla se alude y se comenta dos de
ellos: Lecture y Subtítulos: saber sin estudiar.
Por otro lado,
la obra de Saiz, que se extiende durante más de tres décadas, ha sido y es
interesante en todos los géneros, sobre todos los soportes y todos los
materiales. Ya sabe el lector hacia dónde ha de navegar para saber más de ella.
Una lectora del
borrador observó que la conversación se había mantenido dentro de lo que podría
llamarse, son mis palabras, la filosofía del arte y no había penetrado en los
territorios más o menos autónomos de la estética. Tampoco, a decir verdad, el
entrevistador había facilitado tal cosa ni había solicitado el relato
autobiográfico o, acudamos al ut pictura
conversatio, las pinceladas sobre episodios de la vida y la obra del
artista. En cualquier caso, este último trabajo lo ha realizado Manuel Saiz en
su web, lo que descarga de alguna obligación al amanuense.
Me pregunto si
existe alguna razón para la primera de las exclusiones. En algún momento de la
entrevista, se plantea el asunto de si el artista, como el público, se ve
determinado por fuerzas que desconoce –un motivo platónico–. Me pregunto si, no
ya el gusto (que a estas alturas será un considerando impertinente para
muchos), muchas de las categorías estéticas se ven preteridas por una imposible
poética del arte contemporáneo: hay reglas para lo bello, pero la disciplina
del artista no puede reconocer tal cosa: está obligado como un juicio estético
de Kant a fundar su propia ley en cada uno de sus movimientos. Y ni siquiera
puede recurrir a negar la norma, no hay sublime posible, porque estaría
nombrando una regla que nunca estuvo allí. Todas estas cosas y algunas cosas
quedarán para un futuro Google Drive.
Te leo en una entrevista publicada en la revista Turia[2] "Cada
obra es una nueva manera de nombrar la muerte.” Bien, comienzo con una cuestión
seguramente impertinente. Si es el caso, realizaste tu obra durante años sin que
tuvieras esa constancia o sin que esa tesis se hiciera explícita. ¿Qué piensas
de esos años, si los hubo, y de la obra aún no iluminada, si me permites, por
la sombra de la muerte? ¿O se necesitan muchas obras para alcanzar esa tesis?
Diría, para empezar, que esta tesis se
refiere a todas las obras de arte, en la medida que lo son, de todos los
artistas, en la medida en la que son artistas. Cuando una obra de arte se
comporta como tal, es decir, cuando el artista emprende su ejecución conforme a
su impulso sincero, se presenta siempre (al que está implicado en su
desarrollo) como una amenaza de muerte, un memento mori. Quien la
realiza, y es realizado por ella, muere un poco en la ilusión de que ha visto
la muerte.
Efectivamente, uno no es consciente de lo que
sucede en el desarrollo de la obra, de qué es lo que se busca en cada una de
ellas, ni de lo que, en general, se persigue con una práctica artística. Las
obras se llevan a cabo precisamente para saber por qué se hicieron necesarias.
Y también para comprobar, una vez más, que fracasan en su cometido, que lo que
las inició no ha sido nombrado, o sólo momentáneamente y como un espejismo, por
lo que pronto otra obra se impone como necesaria. La idea de que nombran la
muerte se refiere a que, todas juntas, van dibujando un espacio vacío, que cada
vez está más definido, que es ese innombrable, esa muerte de la que solo
podemos hablar por medio de lo que está vivo y presente. Cada nuevo
acercamiento muestra la muerte como un contra molde.
En lo que se refiere a las obras que he hecho
en mi vida, todas tienen esa conexión, todas nacieron con el impulso de dibujar
ese espacio, aunque al principio lo hicieran torpemente, trazando un perfil muy
alejado de eso que no se deja dibujar. Se podría decir que hay algunas con más
puntería que otras, que algunas muestran más claramente este propósito, en su
tema, en su forma, en su capacidad de asustar a quien las ve. Pero estos
parámetros son válidos solo cuando se habla desde el punto de vista del
espectador, porque desde mi punto de vista (retrospectivo), en la medida en la
que yo soy artista, todas respondían al mismo impulso, y surgieron con
una disposición acorde al momento de mi sensibilidad y de mi capacidad de ser
afectado por ellas. Por otro lado, cuando una obra le muestra la muerte al
artista (por un instante, y solo como la ilusión de haberla visto), siempre lo
hace con la misma intensidad, y es un momento como cualquier otro de los que
has vivido antes, que te lleva de “de oca en oca”.
No sé si este asunto de la muerte es el mismo que el de la
contradicción entre lo finito y lo infinito. La tesis es, a estas alturas
convencional: El arte hace uso de medios finitos y corpóreos, y su resultado es
finito, concreto y siempre con alguna referencia o un enlace con lo corpóreo.
Lo hace, se supone, porque eso es una manera de ligar nuestra condición
con lo infinito, que sería la versión trascendente, o para hacer valer unos
objetos o unos acontecimientos más de lo que aporta su concreción física. La
relación de la obra con la muerte es casi un corolario, dadas otras premisas
fácilmente accesibles, que ni siquiera precisa del destino particular del
artista. ¿Qué "Cada obra es una nueva manera de nombrar la muerte.” es
entonces una culminación necesaria de la teoría del arte?
Parece que todos esos asuntos son en realidad
el mismo, y que, cuando se piensa, se piensa siempre lo mismo. Las fórmulas
para pensarlo, sin embargo, tienen que ser distintas cada vez, porque también
los mecanismos de realidad que surgen para evitar pensar son más complejos y
consistentes. Los envoltorios institucionales de la muerte se vuelven más
eficientes, y se necesitan arte-factos cada vez más precisos y sutiles que
puedan atravesar esas capas. La palabra “muerte” puede que fuera aterradora en
un momento dado, que llegara a mostrar algo esencial, pero ahora es una palabra
gastada, como la palabra “tiempo”, o la palabra “metástasis” (spent words
de Eliot). Cada expresión del horror se vuelve pronto en cháchara ociosa,
escribió Adorno. La expresión “Cada obra es una manera nueva de nombrar la
muerte” creo que me escalofrió por un momento, por el abismo que abre su
autorreferencialidad, quizá cuando la pensé por primera vez para la entrevista,
y ahora está gastada, y es un encabezamiento de revista, que ya no se refiere a
nada en mi mente sino como un instrumento de intercambio. La expresión que
culmina, por un instante, la teoría del arte, que nombra la muerte, está
precisamente donde no se espera, y ahora se diría que ya espero demasiado de
una frase tan sonora como ésta.
Como dices en la pregunta, las obras tienen
esa capacidad de hacer salir del flujo del tiempo al espectador y, todavía más,
a quien hace y se hace con la obra, por un momento. El sentido del desarrollo
de las técnicas artísticas, y de su aprendizaje y uso experto, se encuentra en
esta necesidad del crear una ilusión, que pueda tener una mínima duración, de
que uno se encuentra frente a una totalidad limitada. Pero no hay culminación,
porque de hecho siempre se fracasa y se descubre que era, efectivamente, solo
una ilusión.
Tengo delante la versión española de True Art Lovers. 101
ideas clave. Me parece que un motivo no demasiado subterráneo es el de una
cierta ley de los rendimientos decrecientes (la veo en 58 Ley Exponencial, o en
56 Joyería entrópica, o en 45 Fricción expositiva o en 51 Incrementalismo).
El motivo consistiría en que en el arte se producen
fenómenos de tolerancia o de umbral que llevan al crecimiento o a la inflación,
pero a un crecimiento acelerado. A veces, esto se refiere al tamaño de la obra,
que sería el caso más simple. Pero,en cualquier caso, el arte y los territorios
anejos parecen precisar de un crecimiento o cambio acelerado... quizá para
seguir estando en el mismo sitio. Bien, ¿hay algo de esto? ¿Las leyes son
exponenciales porque el efecto es logarítmico? ¿En el síndrome de Babbage
tendríamos el límite para un situación personal o social, que no se puede pasar
porque se ha llegado a un punto de imposibilidad de crecer?
Este libro, que escribí hace ya tres años,
contiene algunas ideas con respecto al arte y a la experiencia artística, pero
es sobre todo una descripción irónica del mundo (y del mercado) del arte. El
mundo del arte es lo que se ve cuando se mira al arte desde el mundo, y su
comportamiento responde a lógica de la realidad, a la lógica. Estos fenómenos
de crecimiento, de saturación y de anquilosamiento que utilizo en el libro como
metáforas de situaciones artísticas (de mundo del arte) son una imagen
reflejada de lo que sucede en la sociedad, en la tecnología o en la producción.
En el ámbito de la experiencia artística,
según mi experiencia, todo funciona igual que en el de la producción, pero con
énfasis inverso, accionado por el retroceso del arma en lugar de por el
disparo: los mecanismos institucionales deben crecer exponencialmente para
acallar el efecto de la violencia contenida en el acto artístico; y la
tolerancia que desarrolla el artista con respecto a sus obras anteriores tiene
origen en el aumento de esos recubrimientos institucionales que contienen y
administran la violencia. Para recuperar su experiencia – para seguir en el
mismo sitio - el artista tiene que actuar en consecuencia, aplicando medidas
siempre excepcionales. Como escribe Juan David García Bacca: "Un
crecimiento exponencial -realizado en lo real- puede, pues, ser detenido, pero
con un crecimiento exponencial de aparatos de freno."
Según lo entiendo, el crecimiento no tiene
límite. Pero el artista no busca un crecimiento, sino una simplificación, una
reducción. Como decía antes, el mundo no es complejo y lo que el artista
quiere es mostrar (mostrarse a sí mismo) lo simple que es. Lo que son complejos
son los mecanismos para ocultar esa verdad, y el artista necesita herramientas
complejas, de ahí la exigencia de las técnicas artísticas, para hacer que la
realidad se desplome momentáneamente.
Me parece que de cada contestación saldrían otras diecisiete
repreguntas, pero acabaríamos desesperando a nuestro editor, que tiene fecha.
Como hemos empezado con, me parece, las grandes ideas (grandes o al menos
generales o abstractas), sigo con ello. Otro término que aflora una y otra vez
es autorreferencialidad. En 2012, escribías: “As far as I am concerned, there are two aspects of
art which are crucial to any attempt at defining it: art is always
self-referential, and art is always criticizing an institution.” Bien, la autorreferencialidad es cuestión de semántica -de
semántica de la referencia, aclararían algunos-, pero eso no agotaría la
semántica de la obra. La dificultad que veo al planteamiento es la siguiente:
¿Sabe la obra misma -sabe alguien- qué es la obra para tomarla como referencia?
¿Podemos dibujar una flecha que señale a la obra? ¿O sólo a una parte de la
misma? Si se quiere, una parte de la obra señalaría a otra parte. No
habría obra simple, sin partes. Como ves, metafísico estoy.
Off the record: Realmente esta es una
conversación muy abstracta, especialmente interesante en la medida en la que
pocas veces se tiene ocasión de mantenerla. Pero no creo que vaya a ser muy
popular ni para el editor ni para los lectores.
El concepto de “obra de arte” es muy
controvertido. Habría que definir el término para que la respuesta a tu
pregunta tuviera algo de relevancia, porque la pregunta significa cosas
distintas si la obra de arte es el objeto acabado, o el objeto que está a punto
de ser y que solo existe durante la experiencia artística. Yo generalmente lo
uso en este segundo sentido, aunque todavía voy un poco más allá, porque creo
que “obra de arte” y “arte” son excluyentes y, en la medida que va apareciendo
la primera, se va desvaneciendo el segundo.
Es habitual que se hable de “arte”
refiriéndose indistintamente al concepto de arte, a la experiencia artística,
al objeto artístico, al mundo del arte, e incluso al mercado artístico. En esa
frase me refiero al arte como concepto, en el sentido más abstracto. Diría, con
Wittgenstein, que el arte es “la obra de arte vista sub specie aeternitatis”,
desde el punto de vista de la eternidad, es decir, despojada de sus
circunstancias, de lo que la hace objeto.
Si se tiene en consideración esa definición
de obra de arte (y de arte), todo arte, en la medida que lo es, en la medida
que no hay objeto, se define a sí mismo y se toma a sí mismo como referencia
para la definición. Y el arte, al intentar definirse en cada obra, como
resultado del propio intento de definición, cambia su esencia, por lo que la
definición siempre fracasa. La parte que consigue definir de sí mismo en cada
obra queda excluida del arte por su mera expresión.
Para imaginarme el arte como autorreferencial
me gusta pensar en la frase de Spinoza que dice que “el amor intelectual del
alma hacia Dios es una parte del amor infinito con que Dios se ama a sí mismo”.
Como con el Off-off-Broadway, un off-off-the-record se hace necesario
para decir que el párrafo sobre el editor y los lectores es indispensable.
Habrá que mantenerlo. Si me permites, antes de convertir esta entrevista o lo
que sea en algo más manejable, me gustaría decir algo sobre lo “abstracto”.
Alguien dirá que la obra de arte en nuestros tiempos lo es porque se encuentra
aparentemente descircunstanciada. Y eso sucede por su propia circunstancia
añadida (efecto aura debido al contexto: por cierto para nosotros el aura la da
el museo; y en ocasiones y paradójicamente la reproducción de lo fútil). Ahora
bien, si se identifica aura con autenticidad o hasta con arte, con lo
irreproductible, concluiremos que el arte concreto está siempre en otro lado,
que “el verdadero ser se ha perdido”, pero el aura sería en cualquier caso,
habría sido, lo más concreto, lo más presente. Entonces, llego al siguiente
planteamiento: ¿es la saliencia, el contraste del objeto con su entorno (un
contraste que, a su vez, es esperable y convencional: el espectador asiste a
una institución artística en modo espectador) la nueva garantía de la obra de
arte? ¿El oficio del artista es, entonces, el de la modulación de unas
circunstancias, como quien afirma que a eso se ve limitado porque el arte va
quedando siempre más allá?
Todas tus preguntas, y ésta en especial,
parecen bombas de racimo. El
atractivo que tienen las obras de arte para el público puede tener su origen en
su configuración y en las características varias de los objetos que las
componen. Pero lo más habitual es que responda a cualidades adherentes, por un
proceso que en el libro que citabas antes he llamado “pedestalización”. Toda la
liturgia que rodea esos objetos, la institución “arte” y el museo como agentes
legitimadores, hacen que se atribuyan a las obras valores que no son específicos
de su carácter artístico: son circunstanciales. Cualquier objeto
revestido de esa manera se comporta como una obra de arte: es una obra de arte
durante el tiempo que consiga convencer de su calidad de obra de arte, y en una
relación inversamente proporcional a lo agudo del escrutinio del observador. Yo
no creo que exista otra aura que esa, ni “autenticidad de la obra”, aunque
puede que haya obras hechas sinceramente y otras que no. Si han sido acometidas
con sinceridad o no es algo imposible de determinar excepto para el artista en
cuestión.
La tarea del artista, (“oficio” me suena un
poco demasiado productivo) es, en mi opinión, despojar a la obra de esa
falsaria aureola mágica, lo que consiste, en realidad, en despojarse a sí mismo
de las concepciones equivocadas que le hacen sentir esa fascinación por la
obra.
Esa es una tarea imposible, cuyo objetivo
solo se alcanza momentáneamente y como una ilusión, para volver enseguida de
nuevo al punto de partida del proceso. Efectivamente como dices, el arte está
siempre al otro lado y, cuando la obra aparece, el ser se ha perdido. También
me parece acertado decir que al artista se le impone el límite de sus
circunstancias en su intento de decir lo que no se puede decir.
He leído en varios foros la idea de que el
papel de un artista en la actualidad es el de sociólogo, porque tiene que modular
los parámetros de sus obras para crear en el espectador las sensaciones que
antes producían las obras de forma natural, sin cálculo de resultados.
El papel tradicional del artista sin embargo, era poético, dirigido hacia sí
mismo. Me parece una división acertada, con la salvedad de que los artistas
sociólogos, en mi opinión, no son artistas excepto en el mundo del arte
contemporáneo, se han desplazado hasta allí, mientras que el arte sigue estando
donde estaba.
Mediados los 1990s, el video adquiere una importancia
central en tu obra. En tu web, en la página de archivo de obras (198-1998,en
http://manuelsaiz.com/archive.html) no hay ninguno. En la página de proyextos (http://manuelsaiz.com/projects.html,
desde1998) hay no pocos. ¿El video es el nuevo, o no tanto, “arte total”? ¿Pesa
mucho su reproductibilidad? ¿Puede separarse el video de la instalación que
puede soportarlo?
Hay bastantes motivos por los que dejé casi
por completo la escultura en 1998 y empecé a trabajar sobre todo en video.
Algunos son biográficos, otros responden a cambios en la tecnología y
condiciones sociales derivadas de estos, y otros son resultado propiamente de
las características del video como medio artístico.
Entre los biográficos, mi agotamiento físico,
económico y social al realizar, durante los primeros años noventa, varias
instalaciones con gran volumen de materiales, que tuvieron pocos resultados
prácticos. Y, como resultado de eso, el mudarme a Londres y vivir en un piso
compartido con un escritorio como estudio.
La tecnología de video cambió especialmente
durante los noventa en el sentido que se hizo mucho más accesible: ni había que
ser millonario, ni trabajar en una televisión, ni dedicar tu vida a ello, para
disponer de los aparatos necesarios para realizarlo. Eso no solo permite una
experimentación mayor con el medio, y una experimentación simultánea con varios
medios, sino que además o principalmente, hace que el video deje de significar
como disciplina artística. Antes de eso, los videos artísticos eran primero
“videos” y luego “arte”. Este cambio no solo se produce para los artistas como
usuarios, sino también en los lugares de exposición que empezaron a contar con
proyectores y monitores en los que mostrar obras en ese formato, antes solo al
alcance de museos importantes. En Londres encontré muchos más incentivos para
investigar esas posibilidades que en España.
La obra en video, o en software,
efectivamente, necesita para su exposición un dispositivo tecnológico sobre el
que estar instalada. Ese ha sido un motivo de desánimo para los artistas, que
se resistían a la idea de que su obra se tuviera que ver siempre sobre un
letrero en el que ponía “SONY”. Cuando las pantallas y las marcas electrónicas
se han vuelto omnipresentes, la supeditación a esa tecnología ha dejado de
tener importancia, para el artista y para el espectador. Ahora es parecida a la
presencia que tienen Windsor and Newton o Pelikan en una pintura.
El trabajar en video da muchas posibilidades
expresivas, permite contrastar diferencias mínimas, por la modulación de muchas
variables, tales como el texto escrito y hablado, la dicción, el acento, el
volumen, el color de las imágenes, su definición, su montaje, su relación con
el sonido, etcétera, etcétera. Cada combinación de unos y otros da un matiz
distinto a la obra. El reto que supone me resulta muy atractivo, en especial
por ese período de tiempo que pasa entre que hago la obra y la entiendo,
en el que no sé muy bien, conscientemente, por qué tomé algunas decisiones, en
una dirección u otra, durante la realización.
La reproductibilidad tiene importancia en
cuanto a aspectos de distribución y de comercialización, según mi punto de
vista, pero no en el hecho artístico en sí: solo hay un encuentro del artista
con la obra cuando se está haciendo, y un encuentro con el espectador cuando
éste la está experimentado. En ese sentido es igual que una escultura.
Sobre esto, ¿qué piensas sobre la dialéctica entre el arte
como objeto y el arte como acontecimiento? En el límite del acontecimiento
estaría la idea de que el arte se consume o se acaba en la ceremonia para la
que fue pensado, si hay tal ceremonia. En el límite opuesto se diría que prima
el soporte, que vendría a soportar justamente la repetición con variaciones de
la ceremonia. A su vez, esta dialéctica sería una vuelta a un arte no exento y
con funcionalidad por ejemplo religiosa[3].
El interés del acontecimiento sería que el artista puede creer que lo
domina. Puede tener una ilusión de control. En cualquier caso, la suerte
posterior de la obra es incontrolable.
Desde mi punto de vista, el arte es un
acontecer, sin lugar a dudas. El objeto resultante de ese acontecer, si es que
lo hay, es solo un indicador lejano del arte.
El arte acontece cuando se crea, puede ser
esto en el estudio del artista o, en el caso de happenings, performances, etc.
en el acto en el que tiene lugar por primera vez, y se consume cuando
acaba, cuando llega el objeto, o la ceremonia, el sistema establecido de
rituales. En lo que se refiere al video, una de las ventajas que tiene sobre la
performance o el teatro, pongamos por caso, es que solo tiene relación con el
artista una vez, la experiencia del artista por, y a través, de la obra es
única. El actor de teatro, sin embargo, participa en una ceremonia repetida en
cada representación. Siguiendo la definición de Kaprow en ese libro, un
happening artístico es una obra teatral que solo se representa una vez (sin
ensayos).
Para mí un proyecto artístico es interesante
cuando es ambicioso hasta un punto en el que su proceso es imposible de
controlar, y cuando el artista pone todo lo que está en su mano para
controlarlo. El artista vive por un instante la ilusión de que ha dominado el
proceso, pero sólo cuando la obra todavía no es, porque al final, si es una
obra de arte, se pierde el control. Lo contrario significaría que el artista no
ha sido lo suficientemente ambicioso.
Lo que sucede con las obras de arte después
de que han sido acabadas como objetos, cuando ya no son parte de la experiencia
artística, es, como dices, incontrolable, pero también previsible. Hay pocas
maneras de interactuar con obras acabadas mientras que las posibilidades que
abre la realización de la obra son insondables.
Creo que en todo esto se puede esconder el tema irresoluble
del plural: las artes y los géneros, asunto enojoso. Tenemos también frente al
vocabulario de “proyecto”, “Proceso”, “experiencia”, tenemos, para hablar de las
obras la materia (iron, clay, stone) o los objetos hechos materia (books,
nails, etc.), que abre otra cuestión no menos irresoluble, a saber, la materia
y la forma, que prefiero, salvo que quieras que entremos, dejar para otro rato.
A esto sumo que eres un artista con una obra escrita
abundante y, si me permites, de gran interés y de un rigor del todo inusual en
el gremio, a su vez conectada con otros ámbitos de actuación (pongo por caso, A
Colossal Blog). En esto que seguimos llamando entrevista, llevas escrito
bastante. En fin, ¿qué hay entre Arte y Escritura? ¿Proyectos u obra son lo que
son porque se acompañan de una verbalización y de textos?
Gracias por los comentarios. Tengo en mente a menudo la frase del budismo
zen, “el arquero piensa antes y después de disparar la flecha, nunca cuando la
dispara”. Está en “Sobre la fotografía” de Susan Sontag, porque decía
Cartier-Bresson que las fotografías se tomaban también así. He pensado durante
muchos años en el momento de la escultura (del arte) como el del lanzamiento de
la flecha, para el que había que leer y escribir antes y después. Esta frase se
complementa en algunos aspectos, y en otros se anula, con esta otra que conocí
más tarde, también zen, “antes de la iluminación, cortar leña y acarrear agua;
después de la iluminación, cortar leña y acarrear agua”. He usado la escritura
habitualmente como herramienta para investigar en lo que había hecho, o para
intentar averiguar en qué podría consistir lo próximo que hiciera.
Hace unos pocos años mi relación con la
escritura, y con mi trabajo artístico por lo tanto, ha cambiado. Todavía no lo
sé bien, pero tengo la sensación de que el gran momento de la obra de arte que
uno tiene cuando es artista joven, que en cierto modo está separado de la vida,
y de otras obras y de otros momentos, se va disolviendo en la vida, se va
subdividiendo en pequeños momentos de ilusión, alegría, desilusión, miedo,
bravuconería… que se entrelazan en un continuo. A lo largo de una vida de
artista cada vez se percibe con más claridad que el sentido de la labor
artística se apoya en el sinsentido de la vida, que fluye de principio a fin.
En ese sentido la escritura representa muy
bien ese fenómeno de micronización, porque en una mañana de trabajo pasas
varias veces por todos esos estados, y un texto nunca acaba para empezar otro,
por muy “libro” que se quiera hacer, sino que las ideas, las metáforas y las
anécdotas, los vicios y las excelencias, se van arrastrando, y solapando unas
con otras. El video, como es una mezcla compleja de muchos elementos en rápida
sucesión, que dan y quitan emociones, también participa de esa sensación. Sin
embargo, el hecho técnico y económico que supone el rodaje, el equipo técnico,
la localización, niegan esa sensación de continuidad.
También he pensado, volviendo a lo que
hablábamos antes, que he desarrollado cierta tolerancia a las pinturas, a las
esculturas, a las fotografías, a las instalaciones… Solo me siento amenazado
cuando me tengo que enfrentar a una combinación de técnicas y procedimientos
que no controlo en absoluto. En ese sentido, la escritura tiene un gran
potencial, porque nunca estoy seguro de lo que escribo ni de cómo lo escribo.
Con Lecture, que me invitaste a ver, tuve un momento
de crisis al poco de comenzar. Me pareció que controlaba o podía prever el
desarrollo de todo el video. Esto se debía a la impresión de que la
auto-referencia iba a dar lugar a un circuito demasiado reducido de
posibilidades. Sin embargo, noté en seguida que esto no era así en absoluto. En
lugar de una conferencia sobre las conferencias o sobre sí misma, era también
una conferencia sobre todo lo demás, como -si se permite la imagen- una botella
de Klein que no distingue entre dentro y fuera. Diría que se trata de una
auto-referencialidad virtuosa, potente para evocar muchas cosas, desde luego, y
también y sobre todo para fragmentarse a sí misma (no sé si hay un chiste de
mal gusto aquí) y así incluir a lo que en principio quedaba fuera. La
conclusión sería que el arte incluye más cuanto más se encierra. Aunque, claro,
estas cosas dependerán del espectador. ¿Qué piensas del asunto? ¿Crees que
existe una auto-referencialidad virtuosa frente a una, a falta de mejor
término, en exceso narcisista y, al final estéril semánticamente (mismo
paréntesis de antes)?
Mi intención al realizar esta obra está
perfectamente expresada en tu pregunta y la imagen de la botella de Klein es de
lo más ilustradora. Esa auto-referencialidad define para mí el concepto de
“autonomía del arte”, en el sentido de que cuanto más se ocupa el arte de
describir los fenómenos que se desarrollan en su interior, cuanto menor es la
profundidad de campo, más preciso el enfoque en sí mismo y más borroso el
exterior, así de relevante resulta para una definición del resto del mundo, de
todas las demás actividades.
La auto-referencialidad narcisista se da
cuando no es radical, cuando se expresa con reservas. Esa es la lógica detrás
de todas las políticas de pertenencia, que han encontrado un cobijo tan
confortable en prácticas artísticas que sólo parecen ser tales. Su
auto-referencialidad es parcial: quien se refiere a sí mismo con blanco, o como
homosexual, o como riojano, por ejemplo, en la medida que lo hace, deja de
referirse a sí mismo como ser humano. Hay que decir también que, en última
instancia, quien se referirse a sí mismo como “humano”, deja de referirse como
“animal”, o como “mortal”.
Únicamente diría que no veo que este hecho
dependa del espectador. Quien percibe este efecto de auto-referencialidad
radical que se da en la obra de arte, es un espectador de arte. Pero si no lo
percibe no es un espectador, sino “uno que pasaba por ahí”. Eso no afecta a la
calidad del hecho artístico.
Con lo del espectador, me refería a que la semántica, por
decirlo a la violeta, no está cerrada. Sin embargo, no quiere esto decir que se
indefinida. Así interpretaría yo tu último párrafo. Me gustaría, si te parece
pertinente, hablar de cuestiones para algunos externas. Tu carrera se cuenta ya
por décadas y no ya tus obras, tu vida misma se ha repartido por varios lugares,
pero mi pregunta es sobre nuestro país. ¿Qué nos falta? No me refiero a
currículum del artista, al que convendrá estudiar y ver mundo, sino al país
mismo. ¿Es España estación de paso o de residencia para artistas de otros
lugares? ¿Lo es por lo mismo que Londres o Berlín?¿Hay en el arte contemporáneo
centros inevitables y el interés de otros lugares linda con el exotismo o con
el pintoresquismo o con la categoría análoga que sea de aplicación?
Me parece que, cuanto más sencillas son las
preguntas, y más evidente parecería ser la respuesta, encuentro más
dificultades.
Porque un lugar puede ser bueno para el arte
en muchos sentidos, según el tipo de artista, según el momento de su vida…
Puede ser bueno para fabricar objetos, o para ser reconocido públicamente como
artista, o para vivir sin gastar mucho dinero y poder especular (mentalmente),
o para tener contacto con gente con la mejor conversación sobre los temas que
te preocupan, o por ser el lugar más aislado, o por sentirte más querido, más
cómodo o más odiado. Los criterios son infinitos.
No soy objetivo para hablar de España, ni del
valor de sus artistas. Supongo que de España sólo veo lo malo, porque me veo yo
reflejado, y yo no me gusto. Pero en cualquier caso, como apuntas, para un
artista es importante vivir en un país que no sea el suyo, por lo menos una
temporada larga, por ejemplo, el tiempo suficiente como para verte obligado a
contratar la electricidad de tu casa. Y según lo entiendo tiene que ser en un
lugar en el que no se hable tu lengua materna y en el que, de primeras, cumplas
varias condiciones para ser un ciudadano de segunda categoría. La sensación de
pertenecer a un grupo y entender bien cómo funcionan las cosas a tu alrededor
no ayuda a cuestionar lo que dices y haces.
Me puedo preguntar cómo es para un artista
alemán, o británico, ir a vivir a España y supongo que encuentran ahí cosas
importantes para su vida de las que yo no puedo disfrutar. Tengo algunos amigos
de Estados Unidos y del norte de Europa que han vivido en España y que les ha
servido mucho, para su trabajo y para su vida. También conozco mucha gente que
viaja al mediterráneo a vivir experiencias que den forma a su obra artística y
se pierden en terrazas soleadas.
Con esta contestación me envías un video que, ciertamente y como
dices, tiene que ver con tu respuesta. Y que también nos lleva algún pequeño
abismo. Hemos venido a parar al asunto del lenguaje. En el video, creo que la
clave está al principio. El espectador se engaña en mi opinión si, puesto a
convertirlo en un discurso científico sobre el extrañamiento o algo así, piensa
que lo importante viene al final. Seguramente Wittgenstein no supera a Moratín
a la hora de tematizar la diferencia entre el niño que aprende y el adulto que
aprende. La cuestión es entonce, ¿Qué es el artista? ¿Cómo aprende, si es que
aprende? En fin, ¿debe siempre buscar una lengua nueva y extraña cuando no ve
dificultad en la que usa?
Para mí no hay individuos que sean artistas y
otros que no, en lo que al arte propiamente se refiere. Para cada decisión que
hay que tomar a lo largo de un día, importantes y mínimas, hay una opción que
es artística y otra que no lo es. En este sentido se podría decir que se es un
artista en cierta proporción, a ciertas horas, en ciertos asuntos. Sin embargo,
también, cuando uno lo es, lo es completamente: en el momento en el que se
decide, como diría Oscar Wilde, “por lo más trágico”. Aquellos a los que
llamamos artistas, son los que tienen tendencia a decidirse más a menudo por la
opción artística y es natural que estos sean los que están en las profesiones
de las artes, pero no es una condición obligatoria. El arte es una pulsión
humana y en alguna medida está presente en todos los humanos.
El artista (como digo cualquier persona en el
momento que está siendo artista) desarrolla técnicas para poder tomar esas
decisiones, para desembarazarse de las ideas equivocadas, de los miedos, y de
las precauciones que le impiden decidir. No es un aprendizaje para fabricar
ideas y objetos sino para desmontarlos. El lenguaje alberga muchos de esos
miedos y creencias. Por eso si que creo que hay que buscar nuevas maneras de
expresar, intentar otras lenguas, otras técnicas y otras situaciones, que no
son necesariamente mejores, pero que ponen se en contraste con las propias convicciones
y que ayudan a cuestionarlas. Y hay que insistir: no es para encontrar ideas
más interesantes, ni más verdaderas, sino para deshacerse
Sin embargo, aquí hay un motivo que me parece goethiano: las
ideas hay que ponerlas en práctica. ¿Sería el artista el hombre no con mejores
ideas, sino el capaz de poner sus ideas en práctica, de hacerlas corpóreas y
visibles? Esto es, el artista precisa de perseverancia y trabajo. Lo que lleva
a una pregunta más mundana. ¿Cómo trabaja el artista?
Efectivamente las ideas tienen que tomar
cuerpo. El artista no puede olvidarse de ellas y ocuparse de otra cosa.
Antes solía decir que películas, o novelas u obras de arte, sólo había de
dos tipos: las que se llevaban a cabo y las que no, y esa distinción hace que las
diferencias entre las que se han llevado a cabo sea, en comparación, mínima.
No hay buenas ideas si no se llevan a cabo,
porque al llevarlas a cabo es cuando se hacen buenas o malas, y se puede decir
que precisamente se hacen para demostrar que eran malas, o por lo menos, que no
eran tan buenas. Así que yo definiría más bien al artista, dentro de tu
formula, como el que tiene ideas y las pone en práctica para saber qué son, a
qué responden, y con eso desarmarlas. Se trata de comprobar una vez más que “lo
innombrable”, te pongas como te pongas, puede ser nombrado. Eso requiere
determinación, perseverancia y trabajo.
La tarea del artista, y en alguna medida de
todo el que piensa, es ir en contra de lo que sabe, lo que cree y,
especialmente lo que cree firmemente, sin saber que lo cree. Tiene que
hacer sus “ejercicios espirituales” para desacreditar concepciones de la vida
que están firmemente asentadas debajo de los pensamientos comunes. La idea de
que el artista es valiente porque con las obras se expone así mismo a las
críticas y, si las obras son revolucionarias en algún aspecto, eso le va a
causar infortunios, no es muy acertada. La valentía del artista se encuentra en
ahondar en el impulso en él mismo que le obliga a abandonar certezas y métodos
conocidos, en los que se encontraba cómodo y seguro.
Para llevar a cabo esa investigación sobre
las propias creencias, el artista va desarrollando técnicas específicas a lo
largo de toda su vida, que tienen que ir renovándose constantemente. La función
que tienen que cumplir (y, si no la cumplen, permite saber que han quedado ya
obsoletas), es parecida a ese efecto de extrañamiento que decía Bertolt Brecht
era su manera de hacer teatro y que consistía en quitarle a las situaciones sus
elementos familiares y reconfortantes para que así se vieran como nuevas. El
trabajo del artista es conseguir esa “desfamiliarización” a todos los niveles
que sea posible, y tan repetidamente como su cuerpo y mente aguanten.
Una variación sobre el tema de la visibilidad. La obra es
visible, pero quizá no sea visible en la obra misma qué le hace ser obra de
arte. Para algunos eso es la condición del arte de nuestros días. La situación
recuerda un poco a lo que pasa con los milagros de Cristo. Unos son
taumatúrgicos: ves un muerto que se levanta, un hombre andando sobre las aguas,
etc. Otros se apoyan en la fe, porque no son visibles en cuanto fenómenos
maravillosos y sorprendentes. La consagración sería el mejor ejemplo. Pero
seguramente hay otros rasgos visibles y tangibles que se encuentran en otro
lado. Si por el marco, sabemos que hay un cuadro, ahora sabemos que hay arte porque
hay o había un artista. En fin; ¿Crees que el arte contemporáneo, que
conserva la corporeidad o la visibilidad genérica, puede caracterizarse por un
desplazamiento de lo visible específico hacia fuera de la obra? ¿O quizá
siempre pasó esto y la pericia técnica en la representación nunca ha sido signo
de arte?
NOTA: Ayer leí una entrevista con Boris Groys, que algo debe
de tener que ver con la preguntita.
Antes de nada tengo que decir que solo puedo
responder a esta pregunta en la medida en la que “arte contemporáneo” solo
significa “el arte de nuestro tiempo”. En muchos casos no se usa así, sino como
algo autónomo, cuyas características esenciales están determinadas por
“contemporáneo”, y no por “arte”. En un principio no considero arte los
fenómenos que abarca el término cuando se usa así, así que me resulta difícil
hablar de ellos.
El postulado que defiende que hay arte porque
hay un artista, o porque lo ha habido es, en realidad, idéntico al que afirma
que “ha habido arte porque hay alguien que dice que ha habido o que hay un
artista”. La afirmación tiene valor en la medida que quien lo ha dicho tenga
legitimidad, y la legitimidad más sólida es la que respalda la institución
“arte”. El que aquello que define lo que es arte se encuentre en la manera en
la que lo que hacen los artistas se integra en la institución “arte” es lo que
defiende la “teoría institucional del arte”, una corriente de pensamiento
americana por la que no tengo ninguna consideración, porque en mi opinión ha
sido creada solo para legitimar a la institución, es decir, a los académicos
que la enunciaron y, a otro nivel, al arte americano en general, que
tradicionalmente ha estado muy pendiente de índices de audiencia y de precios
alcanzados en subastas.
No es necesario un contexto artístico para
que exista una experiencia artística, ya que esta se da en el ámbito de la
intimidad del artista. La obra de arte está completa en sí misma, en cuanto que
contiene lo que dice y lo que no dice. Está completa, pero únicamente
para los que tengan esa sensibilidad. “Los que tienen esa sensibilidad” no
significa, como podría parecer en un principio, “para los que saben lo que es
el arte”, o “para los que entienden qué obras son arte y cuáles no”, sino para
los que tienen una sensibilidad acorde a la del artista en el momento en el que
la obra se ha realizado. Con esto quiero decir, que son sensibles a los mismos
estímulos que el artista porque tienen sus mismas deficiencias. Para todos
esos, las obras son maravillosas y sorprendentes. La obra les afecta de la
misma que afecta al artista por las imperfecciones que muestra (que revela y
que demuestra), y no por el arte, o sólo por el arte en su ausencia: por
la forma sorprendente y maravillosa en la que no ha alcanzado a definir
o representar el arte, la experiencia artística.
La depuración de las técnicas es importante
para desarrollar obras en las que lo que quede sin definir, su fracaso, sea
relevante, para que lo que no logren alcanzar a mostrar sea mejor mostrado en
su ausencia. Es decir, que la obra muestre mejor la “innombrabilidad” del arte.
Entiendo el arte como una actividad
completamente subjetiva y creo que no se puede juzgar a los artistas y a las
obras de arte, así como escribió Kierkegaard que un ser humano no puede juzgar
éticamente a otro excepto como posibilidad, de tal manera que cuando uno
intenta juzgar a otro, el resultado de esta impotencia es que simplemente se
juzga a sí mismo.
Nota: este párrafo tiene relevancia
únicamente si se va a publicar tu nota sobre Groys:
Boris Groys, de hecho, expresa en uno de sus
libros esa división de la que hablaba antes entre el artista como poeta o el
artista como sociólogo, que me parece muy acertada siempre y cuando se entienda
que el “artista como sociólogo” no es tal artista, de la misma manera que, como
decía al principio de la respuesta, muchas narrativas de “arte contemporáneo”
no son arte. Groys, por el motivo que sea, no hace esa salvedad.
A veces, parecería que se plantea el asunto de la obra de
arte, para decirlo con Kant, en el reino de la necesidad. La coincidencia de
sensibilidades de artista y espectador se referiría a la que se da entre dos
sujetos determinados a ciertas acciones que incluirían manifestaciones verbales
sobre su gusto o su parecer, etc. En otras, el artista sería libre, pero
movería los hilos del público: Quizá esto sea el artista “sociólogo” de Groys.
Ahora bien, ese reino de la necesidad, al menos en la primera versión, no
estaría muy alejado del rapto del poeta de Platón, movido por fuerzas que no
conoce y de las que es mero instrumento. Como este rapto no puede adjudicarse a
una posesión divina, nos podemos inventar disciplinas que, aplicadas, al caso,
convierten al artista en médium de su clase social, su psique, el lenguaje o
vaya uno a saber qué, pero sigue siendo lo mismo. Un momento intermedio en el
razonamiento es que el artista no conoce su propia disciplina porque no hay
tal, pero parecería que sabe de todo (algo así le dice Sócrates a Ión). Bien,
dejo las nubes. ¿Qué debe saber o sabe el artista? ¿Es el hombre que se
interesa por todo? ¿O es el que desbarata la jerarquía de los saberes? ¿Habría
una manera de integrar en un saber propio del artista las cosas que has escrito
sobre arte, o volviendo y variando la admonición de Goethe, habría que decir
“mientras esculpas, no hables; mientras hables, no esculpas”?
En un artículo reciente he escrito que
existe un malentendido muy extendido que asume que la “experiencia artística”
es la que tiene el espectador que contempla las obras, y no la del artista
cuando las realiza. Algunos artistas, la mayor parte de los teóricos y casi la
totalidad el público hablan como cosa natural desde esa perspectiva. Eso
complica mucho la reflexión sobre la especificidad del arte, entre otras cosas
por la introducción de conceptos como los que citas: lo bello, lo sublime, el
gusto. Han sido modelados con el objeto de definir las sensaciones de los
espectadores, no las de los artistas, y después han adquirido un carácter
universal. Hay bastantes razones para ello, pero una de ellas importante es que
hay mucha gente que tiene experiencias como espectador, y muy poca como
artista. Por esto creo que no es del todo casualidad que no hayamos hablado en
esos términos.
Colabora a afianzar el malentendido el
hecho de que la “experiencia artística” se identifique con la “experiencia
estética”. La estética es una manera que tiene la filosofía de cuestionarse a
sí misma a través del arte, no es una manera de estudiar el arte. Quien quiera
saber de filosofía (de hecho, dejar de tener certezas “filosóficas”) debe mirar
a la estética, a los efectos de las obras en los espectadores, pero quien
quiera tener una relación directa con el arte debe pensar en la manera en la que
el arte afecta a su propia vida.
[1] Véase para las referencias
http://www.manuelsaiz.com/publications.html.
No se le escapará al lector que en este lugar se habla de la versión inglesa
del primer libro,ni tampoco que el número 101 muestra cierta recurrencia en los
títulos de la obra de nuestro autor.
[2] que se encuentra en http://www.ieturolenses.org/revista_turia/index.php/actualidad_turia/manuel-saiz-cada-obra-es-una-nueva-manera-de-nombrar-la-muerte/.
[3] Para el lector, una referencia útil sería la
definición que Bigsby , basándose en Kaprow, da de ‘happening’ en A Critical
Introduction to Twentieth-Century American Drama vol. III, pág. 45, que puede
consultar en El enlace a la página de Bigsby aludida es el siguiente: https://books.google.es/books?id=_gZPUSNnDXwC&lpg=PA45&ots=xgxCHh9j-1&dq=Allan%20Kaprow%20coined%20happening&hl=es&pg=PA45#v=onepage&q=Allan%20Kaprow%20coined%20happening&f=false
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