Manolo
Diario La Rioja, 15 de agosto de 2021
En la muerte de Manuel de las Rivas
A la muerte de una
persona que se escapa de lo común, que ha superado la mera prosa con que se
registran los días repetidos, se escriben y se leen por un tiempo -con todo, un
tiempo siempre breve e inexacto-, se pronuncian y se celebran panegíricos y se
recorren retóricas, se edifican elogios que se ahogan en el océano del
sentimiento sin disimulo o arden en la pira de alguna épica trasnochada, que se
agregan al paisaje amargo de la comedia humana, que se extinguen en la pavesa
de la anécdota o de un momento compartido y que el tiempo ha trasmutado y
falsamente acrisolado.
No quiero entregar
estas líneas a la fatuidad de una segunda muerte, ahora en el papel olvidadizo,
evitaré -si puedo- el lugar común y el artificio efímero, pero es cierto que
algún servicio han de rendir estas palabras. Se admitirá que con ellas algo
deberá aprender o recordar aquí el lector, al menos el lector que no haya leído
ya las magníficas páginas que Jonás Sainz dedicó hace tres días a Manuel.
Deberá aprender que fue un logroñés de 1935, que se hizo abogado economista en
Deusto, pero que fue periodista, profesor, colaborador o impulsor en las más
variadas iniciativas y que escribió, en particular se ha insistido en ello,
poesía. Y esa información nada valdrá si no se añade inmediatamente que fue un
gran poeta y un extraordinario periodista y profesor, que fue un lector
sistemático que cruzó los campos diversos del saber movido por una curiosidad
que, en su caso, era la propia de una mente ordenada.
Y todo eso lo
fue desde una ciudad de provincias, transmutada más o menos a la mitad del
camino de su vida (risum teneatis) en
capital autonómica. Que Manuel de las Rivas eligiera, tras sus años universitarios,
tal destino y las ocupaciones que ya dejamos dichas es, me parece, la clave que
debemos desentrañar aquí.
Con toda
seguridad, no es ese marco provinciano en que se desarrolló la vida y la
actividad de Manuel lo que nos señalará por sí mismo la medida de sus logros, eso
nunca es así. Además, sostengo que en su obra Manuel apuntó a algo que se nos
puede antojar una paradoja o, incluso una especie lógica más aviesa. El entorno
no determinó su trayectoria, lo que escribió trascendió ese entorno y también
lo modificó. Las lecciones que durante algunos cursos -menos, ¡ay!, de los que
debieron ser- dictó en el Colegio
Universitario de La Rioja, sus columnas de prosa y razonamiento impecables, los
poemas que su amigos recuerdan y citan y recitan, sus prólogos e informes, sus
contribuciones a mil y un asuntos, convierten ese marco provinciano en que
algunos supondrán que han de entenderse forzosamente los muchos frutos de su
esfuerzo en otra cosa, lo transforman verdaderamente, pues son de lo mejor que
hemos tenido y, por así decir, lo niegan. Y con él niegan el provincianismo, la
hipocresía y la catetez (me alegraría coincidir con Manolo en el uso de este
helenismo insospechado e improbable), a los que siempre combatió.
Pero si esto es así,
lo es porque Manuel se lo exigió a sí mismo, no pensó nunca en contemporizar en
la charca tibia de los mediocres, algo que -por un lado- resultaría en el
relativo secreto o en la discreción en que se mantuvo su literatura, en buena
parte circunscrita a lo que parecería un género funcional, el de la columna de
prensa; por otro, no le facilitó un éxito digamos social (ese sí condenado al
medio provinciano y podrido) que nunca buscó.
Frágil sería,
sin embargo, nuestra apreciación de la persona y de la obra si no agregamos
ahora lo que sería el punto crucial de todo esto. A saber, que el homenaje obligado
es el de la lectura y el de la recuperación, el rescate de muchos textos y contribuciones
dispersas, arrumbadas en el archivo, allí dormidas.
Pues creo que a
Manuel de las Rivas lo que le debemos en esta hora es la vindicación de su
calidad intelectual, que de la humana tantos hemos sido testigos y
beneficiarios, y de la relevancia de su obra literaria y docente, y eso se hace
mediante la recuperación y la edición, la lectura y el estudio. Quiero decir
que estamos obligados a la preservación de ese patrimonio que no es ya solo de
su autor, sino verdadero patrimonio -hagámoslo valer- de todos nosotros.
Y esta
vindicación ha de entenderse en un sentido muy preciso, si se ha de afirmar el
marco en el que se desarrolló la actividad de Manuel, es solo para
inmediatamente mostrar que esa limitación se debe superar y borrar, porque la
obra literaria de Manuel de las Rivas lo rebasa, lo deja atrás y se mueve en un
territorio más vasto y más importante. Sus poemas y su prosa ha de leerse no únicamente
en esta hora, sino en las sucesivas, no solo por los familiares, los amigos y los
próximos, sino que pertenecen, más allá de su ciudad y su región, a un país y a
una lengua que escribió y que conocía como muy pocos.
Manuel nos hizo
mejores y ahora que se ha ido, nos queda su legado su obra escrita y su
recuerdo. Sigamos aprendiendo con él.
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