Gustavo Bueno: 60 visiones sobre su obra

En 2014 apareció, al cuidado de Raúl Ángulo, Rubén Franco e Iván Vélez el volumen de dicho título sobre el gran filósofo. Este enlace solía llevar a mi contribución. Da igual porque aquí está:

1. ¿De qué modo se produjo su conocimiento o aproximación a la obra de Gustavo Bueno y al sistema del Materialismo Filosófico?

 

2. ¿Cuál o cuáles han sido los trabajos del profesor Bueno y de la filosofía materialista que cree usted más le han influido?

 

3. ¿Cuáles son, desde su punto de vista, las aportaciones más relevantes del Materialismo Filosófico a la hora de analizar nuestro presente?


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Las dos primeras cuestiones pueden tener algún interés en la medida en que se logre conectar la historia personal de uno (¿cómo Fulano conoció tal cosa? ¿Cómo tal cosa le influyó a Fulano?) con asuntos de mayor significación (quizá  mediante preguntas como:¿Qué podía hacer o qué le esperaba a la gente como Fulano? o ¿Cómo era la sociedad en que se daban individuos como nuestro Fulano?). La tercera, en cambio, no nos obliga a que Fulano aparezca como protagonista por más que siga siendo él, o su correlato aquí firmante, el encargado del enfoque, de ofrecer sus discursos o sus fragmentos más o menos felices.

Por lo que a mí respecta, me gustaría poder decir que la primera noticia que tuve de la obra de Gustavo Bueno fue representativa de la época y del país (España, finales de los 1970s), de mi condición (era estudiante universitario de ciencias), y  desde luego, tuvo las dificultades, digamos que “bibliográficas”, propias de una época de más precarias bibliotecas y sin Internet.

Que fuéramos muchos los individuos que respondiéramos al tipo es algo que me parece bastante dudoso y, en cualquier caso, insignificante a la larga. Los estudiantes o titulados en filosofía sí que podían tener cierta noticia de la obra de Bueno. En cualquier caso, si hablo de mi primer contacto con la obra de Bueno, he de mencionar a Alfonso Martínez Galilea, estudiante de filosofía por entonces en Santiago, y a quien todavía no he devuelto el número 1 de El Basilisco, primera época.

El primer libro de Bueno que conseguí fue Ensayos materialistas, que leí como quien lee a un tiempo una obra de filosofía y una enciclopedia o una colección de informaciones curiosas y maravillosas,  en que no había página que no descubriese un nombre, una teoría o un dato que era nuevo para mí y que, pese a lo descuadrado de mi aproximación, hacía que la filosofía no se presentara separada de otros saberes o actividades, algo que quizá fuera la única virtud de lectura tan ingenua como la mía.

A partir de ese momento, me convertí en lector fiel de Bueno. Otro asunto muy diferente es el del conocimiento o la aproximación al sistema del Materialismo Filosófico. Esto no es sólo leer con más dedicación a Bueno y a otros autores que se inscribieran en dicho sistema. Creo que lo importante sería leer las obras de filosofía como tales, separando o administrando los componentes de las mismas que pueden resultar gratos al lector ávido de aquellas noticias e informaciones curiosas de las que hablaba antes, de manera que fuera capaz tanto de ver el bosque como los árboles. Estudiando, en suma.


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En cuanto a influencias en mi trabajo académico, es el caso que éste no es especialmente significativo y a durísimas penas entraría en el recinto reconocido de la filosofía. Tendría que decir que no puede reconocerse en su superficie una influencia grande. Ésta, si se halla por algún lado, tendría que ver más bien con una actitud y un cierto distanciamiento con respecto a las disciplinas en las que trabajo (o por las que el Estado me paga), distanciamiento de efectos positivos, dados algunos desarrollos de las mismas y dado que algunos de sus cultivadores más conspicuos no se abstienen de filosofar (mal y puede que sin saberlo) incansablemente.

Pero a la inversa, la obra de Gustavo Bueno proporciona instrumentos que no serían sólo filosóficos, o que no serían instrumentos sólo de filósofos. Y no sólo porque sería deber del científico o del técnico evitar las filosofías espontáneas (o no tan espontáneas) y quizá más que examinar críticamente su propia tarea, sobre todo evitar el convertirse en mal filósofo o en ideólogo.

En este sentido, era de esperar que las obras de carácter gnoseológico fueran las que en principio más atrajesen mi atención y mi esfuerzo. Por otro lado, quien se dedique más o menos a las llamadas ciencias del lenguaje no podrá ignorar artículos como «Imagen, símbolo y realidad”, “Discurso”, u “Operaciones autoformantes y heteroformantes”, ni desde luego los escritos sobre la Gnoseología de las ciencias humanas.

 

Ahora bien –y creo que esto es algo que puede haberles sucedido a más personas– tras ese interés inicial llegó una etapa en que predomina el carácter orgánico del conjunto de la obra de Gustavo Bueno. En otras palabras, la gnoseología, la ontología, los otros componentes del Materialismo Filosófico adquieren su sentido los unos con los otros, no pueden aislarse sin perder su potencia. 

Por eso, y seguramente tal efecto es genuinamente filosófico, la dedicación a un aspecto u obra concreta ha de ser rectificada por la llamada del conjunto del sistema.



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Esta es la pregunta importante, porque las contaminaciones subjetivas en su respuesta serán de otro orden que en las dos primeras, irremediablemente propensas a recrearse en el anecdotario biográfico. Cabría, en primer lugar, olvidar la literalidad de la pregunta formulada y dedicarse a glosar –en el mundo impoluto de los sistemas filosóficos– los méritos teóricos del Materialismo Filosófico. En este sentido, sus contribuciones –y de manera más explícita de los años 1990 en adelante, aunque téngase en cuenta lo dicho más arriba acerca del carácter sistemático del Materialismo Filosófico– constituyen una referencia ineludible, lúcida e indispensable.

Sin embargo de las mismas, podemos preguntarnos también acerca de su efectividad política, lo que deberá hacerse al menos si se considera que “analizar nuestro presente” supone que la plataforma desde la que se lleva a cabo dicho análisis se fortalece y consolida en su sociedad política matriz precisamente porque integra cierta filosofía.

 Y habría que separar el terreno académico universitario, donde la recepción del materialismo filosófico enfrenta dificultades que ya estaban presentes desde hace décadas, de su implantación en otros ámbitos. Porque, aunque concedamos al Materialismo Filosófico una gran potencia o lo reconozcamos como una herramienta utilísima, no se sigue de ahí que sus análisis triunfen políticamente o, por decirlo mejor, que se destruyan gracias a él los mitos poderosísimos que actúan en nuestra sociedad política. Algo que incluso podría ser explicado desde el Materialismo Filosófico: por qué, por ejemplo, en España triunfan las ideas y las políticas que triunfan (y en general sin distinción de adscripción partidaria, lo que sería una constatación no exenta de melancolía).

Si en una sociedad de mercado hay un nicho para la filosofía, se podría tal vez aventurar que la mala filosofía, como la mala moneda, desaloja a la buena. La analogía nos llevaría a que la buena moneda, por acabar oculta y  atesorada, nos aportaría una imagen de la filosofía implantada gnósticamente. Por eso mismo, el Materialismo Filosófico como filosofía que busca una implantación política, está determinada a abrir nuevos frentes y también seguramente a que, conseguidos sus objetivos, no se le reconozca la tarea.

Y, finalmente, “las aportaciones más relevantes del Materialismo Filosófico”, serían aquellas relacionadas con la corrección o rectificación de los mayores problemas de nuestra sociedad política, que en buena medida se correlacionarían con los fundamentalismos religiosos, políticos y científicos, a menudo acompañados a escala individual  de notables dosis de candor, que es algo por lo que también hay que rendir cuentas.



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