Otro lugar no encontrarás




Otro lugar no encontrarás: la ciudad a lo largo de mil y un versos.

Notas previas a una antología y lectura de poemas.


Dentro del programa del curso de verano La ciudad: Lugar y Metáfora (Logroño, septiembre 2015) se programó una sesión en que el actor Ricardo Romanos recitaría una selección de poemas “relacionados con la ciudad", acto que podría titularse "Poesía y ciudad", y que acabó por titularse como se ha leído más arriba. Dicha sesión se celebró en la mañana del segundo día del curso, el tres de septiembre de 2015. La selección, aunque recibiera luego aportaciones siempre pertinentes del mismo Romanos o de otras personas, se encomendó a quien firma este escrito, quien pasa ahora a la primera persona por acercarse no ya a lo lírico, sino y sobre todo a la comodidad expresiva.
Hay en la selección poemas en español y algunos escritos en otras lenguas, acompañados éstos  de traducciones sensatas en algún caso y, en la mayoría, de versiones caracterizadas por cierta inventiva semántica y no poca atrocidad métrica que un buen lector podrá temperar... o perdonar.
Me pareció también adecuado acompañar la selección de algunas consideraciones informales sobre el asunto, que son las que se ofrecen aquí. Los criterios para la selección, no del todo congruentes con dichas consideraciones (si dejamos aparte la convencionalidad de la muestra, que denota una educación y, por así decir, unos planes de estudios) no se hallan muy lejos del laberinto del azar, de mi exigua memoria de lector y algo deben quizá a algunas pesquisas apresuradas, pero creo que suficientes. En cualquier caso, el talento y la profesionalidad de Ricardo Romanos pusieron el resto.



Docta Atenas, Roma que reunirá pueblos, ninguna empresa nos llevara a campo más amplio, más inagotable elenco. Poblachón manchego, inundación de casas, o caos acelerado: maravilla a los ojos del villano, espanto a esos ojos, o motivo para la filosofía barata o con pretensiones, desde el del Danubio hasta Paco Martínez Soria, que trueca el Queiles y su acero halizón y trapisondista por el Manzanares.
Hasta en las Geórgicas nos encontraremos una ciudad o dos. En Tristia, por su ausencia (“sine me, liber, ibis in urbem”, aunque a esto volveremos); en Dante porque la ciudad es para algunos círculos y para otros colinas:

Lo buon maestro disse: "Omai, figliuolo,
s'appressa la città c'ha nome Dite,
co' gravi cittadin, col grande stuolo"... (Inferno, VIII, 67-69)

Pero comencemos por donde se debe y roturemos el terreno, mano en la esteva. A propósito del título Poesía y ciudad siempre serán precisas aclaraciones cuidadosas y, al fin y como siempre, infructuosas. Comenzando por donde se debe, esto es, por lo segundo, no parece suponer la conjunción del término ‘ciudad’ demasiada restricción extensional. No poca poesía hay sobre la ciudad o las ciudades o sobre alguna ciudad. Sobre lo primero, ‘poesía’ nos hace pensar en poesía lírica. No en la épica, si bien es cierto por lo que se refiere a ésta que la ciudad sitiada es casi el origen de la épica occidental. O que elige como su gran tema la fundación de la ciudad, o por mejor decir los trabajos y generaciones previos a la misma.
Por lo que a la lírica hace, podemos pensar enseguida en la égloga y los pastores, en la hierba espléndida como una promesa que va más allá de la fiebre del heno. Sin embargo, la alabanza de aldea y la misma aldea requieren de la ciudad. Nos atreveríamos a decir que la ciudad es un requisito previo para la existencia de la lírica, o de sus temas y motivos más cultivados y rústicos, pero también que la oposición entre ciudad y lo que no es ciudad es problemática y que, por decirlo con los clásicos al carajillo, está llamada a su neutralización o cancelación.
En cualquiera de los casos, esta doble clasificación de poesías y ciudades serviría de guía para organizar los materiales que se pudieran incluir en estas páginas en esta sesión y, también, para evitar olvidos sangrantes, o minorarlos un tanto.
Y todo esto queda por decir antes de recordar el otro vínculo entre ciudad y poesía, a saber,  la expulsión platónica de los poetas. La ciudad no es para ellos. Y sin embargo, nada les resulta más propio según continuamos comprobando y acabamos de sugerir unos cuantos siglos después del eterno Platón. En este tiempo ocioso invitamos al lector a considerar la irreductible ambigüedad semántica a la luz de las restricciones que impone la métrica a las palabras: Kolmogorov no decía de la poesía lo mismo que Platón, pero es divertido entrar en comparaciones. Son las extrañas compañías léxicas (sintagmáticamente, se entiende) a que el verso conduce las que facilitan reconstrucciones semánticas arbitrarias, descabelladas o sediciosas.
Pero al poeta le acompaña un trasunto igualmente furioso en el laberinto del poema, sosias al que los finos llaman ‘yo lírico’ y que no ha de entenderse sino como una cierta ordenación modulada por un pronombre personal (ausente fonéticamente si el idioma lo permite) de los materiales que se acumulan y disponen en el poema.
El tema de éste puede ser una ciudad con nombre propio, sin perjuicio de que se tome como emblema de todas las ciudades o de vaya uno a saber qué, puede ser una ciudad innominada y que valga por todas o por ninguna, puede ser una ciudad tomada globalmente o podemos encontrarnos con fragmentos, visiones fugaces propias de una paseo tal vez imaginado, de una caminata, o de la ventanilla traslúcida de un taxi.
La ciudad se tematiza (verbo de maestrescuelas para decir que se hace asunto de lo que se dice que, eso, que se tematiza) con el resultado necesario de que o atrae o rechaza o ambas cosas, pues nunca admite la neutralidad del sujeto que ordena a cada lectura el poema. Sólo existe desde una alternativa que poeta y lector se han de figurar y ha de fingir.
Si la ciudad atrae es porque la ciudad tiene un ideal y se nos antoja ése espejo de orden, o el orden mismo. Existe en algún libro al menos una ciudad del filósofo y una ciudad de Dios, como tal eterna y, en cierto modo, inmutable. El rechazo, en buena simetría especular, procede de la constatación de que Dios no se ha molestado en las tareas urbanísticas. Aclaremos que la ciudad de Dios está llamando a no fundirse nunca con la de los hombres. En cuanto a la del filósofo algunos no han perdido todavía la esperanza.
Tomaremos este como nuestro eje principal por así decir. La ciudad será el principio de orden que se posee o se anhela. Y valga la formulación, ordenaremos nuestros poemas líricos sobre lo que le ocurre al orden, que es la ciudad y al sujeto que el poema requiere en su necesaria presencia.
La ciudad ordenada y la desordenada, que se celebra o que no. La ciudad que por ideal ha de ser eterna y que hace de la destrucción y la ruina motivos genuinos para la antología.
Así nuestro Góngora puede alabar a su ciudad, paradigma se diría de todas ellas y paradigma de un género en que el soneto parece más objeto heráldico que poético:



A Córdoba

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
De honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
De arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
Que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre glorïosa patria mía,
Tanto por plumas cuanto por espadas!


Si entre aquellas rüinas y despojos
Que enriquece Genil y Dauro baña
Tu memoria no fue alimento mío,

Nunca merezcan mis ausentes ojos
Ver tu muro, tus torres y tu río,
Tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!

Pero la ciudad que el excelso muro encuadra y ordena, sujeta a un programa en que la patria equidista de la niñez o la mocedad y de las empresas del príncipe, en el texto en que la naturaleza se nos muestra si acaso en los nítidos trazos de la jardinería, de la poliorcética o de la heráldica aludida, esa ciudad  es a veces sustituida por la ciudad que crece como una amenaza natural más o menos promisoria o admirable. El mismo Góngora nos embarca en un amago de estética de lo sublime. La ciudad nos sobrepasa porque no es ya fruto de la centuriación sino núcleo de energía desmedida:



De Madrid

Nilo no sufre márgenes, ni muros
Madrid, oh peregrino, tú que pasas,
Que a su menor inundación de casas
Ni aun los campos del Tajo están seguros.

Émula la verán siglos futuros
De Menfis no, que el término le tasas;
Del tiempo sí, que sus profundas basas
No son en vano pedernales duros.

Dosel de reyes, de sus hijos cuna
Ha sido y es; zodíaco luciente
De la beldad, teatro de Fortuna.

La invidia aquí su venenoso diente
Cebar suele, a privanzas importuna.
Camina en paz, refiérelo a tu gente.

Podemos habérnoslas  pues con un orden que se celebra o que se lamenta (quizá un orden de la muerte, de la ciudad de los dormidos[1]); pero también encontramos un desorden que se celebra porque nos parece que la energía verdadera es indomable y sin propósito que podamos traducir a nuestras lenguas, furiosa como un vegetal ciego en símiles de ida y vuelta. Así, el crecimiento de la ciudad sirve a veces de metáfora para otras oscuridades que crecen. Dice Rilke a propósito de una ciudad, que no de una pantera:

Die Nacht wächst wie eine schwarze Stadt


Die Nacht wächst wie eine schwarze Stadt,
wo nach stummen Gesetzen
sich die Gassen mit Gassen vernetzen
und sich Plätze fügen zu Plätzen,
und die bald an die tausend Türme hat.

Aber die Häuser der schwarzen Stadt, -
du weißt nicht, wer darin siedelt.

In ihrer Gärten schweigendem Glanz
reihen sich reigende Träume zum Tanz, -
und du weißt nicht, wer ihnen fiedelt...

En una traducción aproximativa:

La noche crece como una ciudad negra

La noche está creciendo como una negra ciudad,
Donde mudas leyes dictan
Cómo se conectan calles con más calles
Cómo se suman plazas a las plazas
Cómo en nada se alzan mil torres.

Pero las casas de la ciudad negra,
Esas no sabes quién las abrió.

En sus jardines a un callado esplendor
Se ordenan danzantes  sueños de danza,
Pero nadie sabe quién está tocando.



Sin embargo, nunca es la ciudad sólo lo que encierran los muros sino un territorio más amplio. La delimitación se da en un ámbito previo que ya era humano. Jules Supervielle inscribe París en el país que lo rodea como ciertamente una condición necesaria para su existencia y definición [2]:



Paris

O Paris, ville ouverte
Ainsi qu'une blessure,
Que n'es-tu devenue
De la campagne verte.

Te voilà regardée
Par des yeux ennemis,
De nouvelles oreilles
Écoutent nos vieux bruits.

La Seine est surveillée
Comme du haut d'un puits
Et ses eaux jour et nuit
Coulent emprisonnées.

Tous les siècles français
Si bien pris dans la pierre
Vont-ils pas nous quitter
Dans leur grande colère ?

L'ombre est lourde de têtes
D'un pays étranger.
Voulant rester secrète
Au milieu du danger

S'éteint quelque merveille
Qui préfère mourir
Pour ne pas nous trahir
En demeurant pareille.

Que en una traducción de circunstancias (Traduire, c'est trahir,ou quelque chose de pire), nos quedaría así:

París

O París, ciudad abierta
¿No eres acaso ya
Tal que una herida
De los verdes campos?

Ahí, contemplada estás
Por ojos enemigos,
Oídos nuevos escuchan
Nuestros sonidos viejos.

Baja el Sena vigilado
Como desde la boca de un pozo,
Fluyen sus aguas cautivas
Por la noche y por el día.

Todos los siglos de Francia
Fijados a conciencia en la piedra
¿No nos abandonarán
Iracundos y tremendos?

La sombra cargada
Está de cabezas extranjeras.
Queriendo seguir secreta
Y en medio del peligro

Se extingue alguna maravilla
Que prefiere morir
Antes que traicionarnos
Por ser como siempre fue.

No sabemos si una misa, pero París seguramente vale unos cuantos versos. Baudelaire, Rimbaud inauguran la ciudad moderna, que es orden inabarcable y, por tanto, desorden supremo, pero debemos comenzar por Jules Laforgue y su “Les Boulevards”, esos dispositivos urbanos pensados para la artillería y tomados por el paseante ocioso, pero que nos descubren al fin que la ciudad moderna es el lugar donde la gente no se conoce, facilitando así un socorrido motivo a la sociología:

Les boulevards

Sur le trottoir flambant d'étalages criards,
Midi lâchait l'essaim des pâles ouvrières,
Qui trottaient, en cheveux, par bandes familières,
Sondant les messieurs bien de leurs luisants regards.

J'allais, au spleen lointain de quelque orgue pleurard,
Le long des arbres nus aux langueurs printanières,
Cherchant un sonnet faux et banal où des bières
Causaient, lorsque je vis passer un corbillard.
Un frisson me secoua. - Certes, j'ai du génie,
Car j'ai trop épuisé l'angoisse de la vie!
Mais, si je meurs ce soir, demain, qui le saura?
Des passants salueront mon cercueil, c'est l'usage;
Quelque voyou criera peut-être : « Eh! bon voyage! »
Et tout, ici-bas comme aux cieux, continuera.

Los bulevares

Sobre la resplandeciente acera de escaparates sugestivos,
Derramaba el mediodía el enjambre de pálidas obreras,
Que avanzaban, sueltos los cabellos, en familiares bandas,
Sondeando a los señores bien con sus seductoras miradas.

Caminaba yo, bajo el lejano spleen de algún órgano plañidero,
Entre desnudas arboledas de primaverales languideces,
A la búsqueda de un falso y banal soneto en que unos ataúdes
Charlaban, cuando una carroza fúnebre vi pasar.

Sentí un estremecimiento. -¡Cierto, hombre de genio soy,
Pues he bebido hasta la hez la angustia de la vida!
Pero, si esta tarde muero, ¿quién lo sabrá mañana?


MI féretro lo saludarán algunos transeúntes, es lo usual;
Algún granuja quizá exclamará: “¡Eh, buen viaje!”
Y todo, aquí abajo y en los cielos su rumbo proseguirá.

 Debemos la traducción a Juan Bravo Castillo en su edición de la Obra poética de Laforgue en Cátedra. Pero como los mencionamos, no dejemos sin su anotación a Baudelaire y a Rimbaud. Primero Las flores del mal:


À une passante

La rue assourdissante autour de moi hurlait.
Longue, mince, en grand deuil, douleur majestueuse,
Une femme passa, d'une main fastueuse
Soulevant, balançant le feston et l'ourlet ;

Agile et noble, avec sa jambe de statue.
Moi, je buvais, crispé comme un extravagant,
Dans son œil, ciel livide où germe l'ouragan,
La douceur qui fascine et le plaisir qui tue.

Un éclair... puis ta nuit! - Fugitive beauté
Dont le regard m'a fait soudainement renaître,
Ne te verrai-je plus que dans l'éternité ?

Ailleurs, bien loin d'ici ! trop tard ! jamais peut-être!
Car j'ignore où tu fuis, tu ne sais où je vais,
Ô toi que j'eusse aimée, ô toi qui le savais !

A una transeúnte

La calle atronadora aullaba en torno mío.
Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina
Una dama pasó, que con gesto fastuoso
Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos,

Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas.
De súbito bebí, con crispación de loco.
Y en su mirada lívida, centro de mil tomados,
El placer que aniquila, la miel paralizante.

Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza
Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer.
¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?

¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca!
Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta,
¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!

La traducción se encuentra en la web de Luis López Nieves (www.ciudadseva.com). Y bien, ahora le toca a Rimbaud:


Ville


Je suis un éphémère et point trop mécontent citoyen d’une métropole crue moderne parce que tout goût connu a été éludé dans les ameublements et l’extérieur des maisons aussi bien que dans le plan de la ville. Ici vous ne signaleriez les traces d’aucun monument de superstition. La morale et la langue sont réduites à leur plus simple expression, enfin ! Ces millions de gens qui n’ont pas besoin de se connaître amènent si pareillement l’éducation, le métier et la vieillesse, que ce cours de vie doit être plusieurs fois moins long que ce qu’une statistique folle trouve pour les peuples du continent. Aussi comme, de ma fenêtre, je vois des spectres nouveaux roulant à travers l’épaisse et éternelle fumée de charbon, — notre ombre des bois, notre nuit d’été ! — des Érinnyes nouvelles, devant mon cottage qui est ma patrie et tout mon cœur puisque tout ici ressemble à ceci, — la Mort sans pleurs, notre active fille et servante, et un Amour désespéré, et un joli Crime piaulant dans la boue de la rue.

Ciudad
Soy un efímero y no demasiado descontento ciudadano de una metrópoli creída moderna porque todo gusto conocido ha sido evitado en los mobiliarios y en el exterior de las casas así como en el trazado de la ciudad. Aquí no podríais distinguir las huellas de ningún monumento de superstición. La moral y la lengua están reducidas a su más simple expresión, ¡por fin! Estos millones de seres que no necesitan conocerse llevan tan pareja la educación, el oficio y la vejez que ese transcurso de sus vidas debe ser varias veces menor del que establece una loca estadística para los pueblos del continente. Hasta qué punto, desde mi ventana, veo nuevos espectros rodando a través de la espesa y eterna humareda de carbón, - ¡nuestra sombra de los bosques, nuestra noche de estío! - nuevas Erinias, ante mi casita de campo, que es mi patria y todo mi corazón, ya que todo aquí se parece a esto, - la Muerte sin lágrimas, nuestra activa hija y servidora, un Amor desesperado, y un bonito Crimen piando en el barro de la calle.




Traducción ésta que se encuentra en más de un lugar de internet. Quizá a la hora de enfrentarse a la ciudad moderna la ambigüedad entre la ciudad muerta y la ciudad de los muertos sea la fórmula de éxito más seguro. Eliot nos habla en The Waste Land, y en este conocido fragmento, de un Londres poblado de fantasmas entonces ya familiares y ahora necesarios.

Unreal City,
Under the brown fog of a winter dawn,
A crowd flowed over London Bridge, so many,
I had not thought death had undone so many.
Sighs, short and infrequent, were exhaled,
And each man fixed his eyes before his feet.
Flowed up the hill and down King William Street,
To where Saint Mary Woolnoth kept the hours
With a dead sound on the final stroke of nine.
There I saw one I knew, and stopped him, crying: “Stetson!
“You who were with me in the ships at Mylae!
“That corpse you planted last year in your garden,
“Has it begun to sprout? Will it bloom this year?
“Or has the sudden frost disturbed its bed?
“Oh keep the Dog far hence, that’s friend to men,
“Or with his nails he’ll dig it up again!
“You! hypocrite lecteur!—mon semblable,—mon frère!”

Ciudad irreal,
Bajo la niebla parda de un amanecer de invierno.
Una multitud fluía por el Puente de Londres, eran tantos,
Yo nunca había pensado que la muerte hubiera deshechoa tantos.
Suspiros, cortos e infrecuentes, eshalaban,
Y cada hombre fijaba sus ojos ante sus pies.
Ascendían la clina y bajaban por King William,
A donde Santa María Woolnoth daba las horas
Con un sonido muerto en la última campanada de las nueve.
Allí vi a uno que conocía, y le detuve gritando: “¡Stetson!
¡Tú que estuviste conmigo en las naves de Milazzo!
Ese cadáver que plantaste en tu jardín el año pasado,
¿Ha empezado a brotar? ¿Florecerá este año?
¿O la helada imprevista ha estropeado su lecho?
¡Oh, mantén al perro alejado, eso es signo de amistad,
No vaya a desenterrarlo otra vez!
“You! hypocrite lecteur!—mon semblable,—mon frère!”


Vemos que la ciudad es a veces, y con nombre propio, no ruina sino muerte. Y, diríase, sin la paz de la tumba o del cementerio. Dámaso Alonso se acuerda de Valdés Leal y luego dicen que Cela es tremendista:

Insomnio


Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?

Al final, la muerte nos descubre que la ciudad puede negarse a sí misma y en su vida mostrar su propia muerte, pues lo que ahora vive morirá como el cadáver que vemos:

Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!

Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!, 
y en Roma misma a Roma no la hallas: 
cadáver son las que ostentó murallas, 
y tumba de sí propio el Aventino. 

Yace, donde reinaba el Palatino; 
y limadas del tiempo las medallas, 
más se muestran destrozo a las batallas 
de las edades, que blasón latino. 

Sólo el Tíber quedó, cuya corriente, 
si ciudad la regó, ya sepoltura 
la llora con funesto son doliente. 

¡Oh Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura 
huyó lo que era firme, y solamente 
lo fugitivo permanece y dura.


Pero también están los entusiastas, aquellos para los que se inventaron las tardes de domingo sin spleen, filisteos provincianos de la increíble celeridad de los veinte kilómetros por hora, que no impidió que algunos de ellos llegaran mucho antes a meta que Marinetti: El que sigue es un poema de John Saxe del 1850:

The City

I LOVE the city, and the city’s smoke;
The smell of gas; the dust of coal and coke;
The sound of bells, the tramp of hurrying feet;
The sight of pigs and Paphians in the street;
The jostling crowd, the never-ceasing noise
Of rattling coaches, and vociferous boys;
The cry of Fire and the exciting scene
Of heroes running with their mad “mersheen”;
Nay, now I think that I could even stand
The direful din of Barnum’s brazen band,
So much I long to see the town again!
Good-bye! I’m going by the evening train!

La ciudad

Amo la ciudad y amo el humo de la ciudad;
El olor a gas, el polvo de hulla y de coque;
Las campanas que tañen; los pies que se apresuran;
ver a los cerdos y a los que aún lo son más en la calle;
La multitud rumorosa, el incesante
Tembleteo de los coches y de los chicos que gritan:
La alarma de Fuego y la escena excitante
De los héroes corriendo con sus bombas;
No, ahora creo que hasta podría soportar
La trompetería del circo de Barnum,
¡Tanto deseo ver la ciudad otra vez!
¡Adios! Que en el tren de la tarde iré.

No es un gran poema, pero lo entenderíamos mal si en el sólo viéramos un a modo de futurismo filisteo y de tarde de domingo. Pues por lo que hace a Nueva York, no han sido pocos, y muchos pensarán en Federico, cantor de ciudades, de Santiago a La Habana, quienes lo han recordado entre el amor y el odio. Así comienza la


Oda a Walt Whitman

Por el East River y el Bronx 
los muchachos cantan enseñando sus cinturas, 
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo. 
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas 
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas. 

Pero ninguno se dormía, 
ninguno quería ser el río, 
ninguno amaba las hojas grandes, 
ninguno la lengua azul de la playa. 

Por el East River y el Queensborough 
los muchachos luchaban con la industria, 
y los judíos vendían al fauno del río 
la rosa de la circuncisión 
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados 
manadas de bisontes empujadas por el viento. 

Pero ninguno se detenía, 
ninguno quería ser nube, 
ninguno buscaba los helechos 
ni la rueda amarilla del tamboril. 

Cuando la luna salga 
las poleas rodarán para turbar el cielo; 
un límite de agujas cercará la memoria 
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan. 

Nueva York de cieno, 
Nueva York de alambres y de muerte. 
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla? 
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo? 
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas? 

Pero las virtudes de la poesía se dejan ver en las paradojas de la descripción. ¿Dónde hay más ciudad? Aquí, donde Ezra Pound argumenta su exegi monumentum aere perennius, ya saben, su When in eternal lines to time thou grow'st :

N.Y.

MY City, my beloved, my white!
Ah, slender,
Listen! Listen to me, and I will breathe into thee a soul.
Delicately upon the reed, attend me
Now do I know that I am mad,
For here are a million people surly with traffic;
This is no maid.
Neither could I play upon any reed if I had one.

My city, my beloved,
Thou art a maid with no breasts,
Thou art slender as a silver reed.
Listen to me, attend me!
And I will breathe into thee a soul.
And thou shalt live for ever.

En la lengua de Medinaceli:

N.Y.

Mi ciudad, mi amada, blanca
Ah, esbelta,

Escucha escúchame, y te soplaré un alma
Delicadamente, con mi flauta, atiende
Ahora sé que estoy loco,
Pues aquí hay millones hartos del tráfico;
Esto no es una muchacha.
Ni yo podría tocar la flauta aunque la tuviera.

Mi ciudad, mi amada,
Eres una doncella sin pechos
Eres grácil como una flauta de plata.
Escúchame, atiende
Y te insuflaré un alma.
Y vivirás para siempre.

O aquí:

In a Station of the Metro

The apparition of these faces in the crowd;
Petals on a wet, black bough.

En una estación del metro

La aparición de esos rostros entre la multitud;
Pétalos sobre una húmeda y negra rama.

La rama oscura podrá inquietarnos, porque los lados oscuros de las ciudades presentan coágulos de especial insistencia, como en Umberto Saba:

Città Vecchia

Spesso, per ritornare alla mia casa
prendo un’oscura via di città vecchia.
Giallo in qualche pozzanghera si specchia
qualche fanale, e affollata è la strada.
Qui tra la gente che viene che va
dall’osteria alla casa o al lupanare,
dove son merci ed uomini il detrito
di un gran porto di mare,
io ritrovo, passando, l’infinito
nell’umiltà.
Qui prostituta e marinaio, il vecchio
che bestemmia, la femmina che bega,
il dragone che siede alla bottega
del friggitore,
la tumultuante giovane impazzita
d’amore,
sono tutte creature della vita
e del dolore;
s’agita in esse, come in me, il Signore.
Qui degli umili sento in compagnia
il mio pensiero farsi
più puro dove più turpe è la via.

Ciudad vieja

A menudo, para volver a casa
Tomo una calle oscura de la ciudad vieja.
Amarillo en algunos charcos se refleja
un farol, y el camino está lleno de gente.
Aquí entre los que vienen y van
del mesón a la casa o al burdel,
donde cosas y hombres son el detritus
que al puerto arroja el mar,
encuentro, cuando paso, el infinito
en la humildad.
Aquí la prostituta y el marinero,
el viejo que blasfema, la mujer que regaña,
el soldado sentado en la taberna
junto a la cocinilla,
la juventud inabarcable
alborotada de amor,
son todas criaturas de la vida
y el dolor;
está en ellos, como en mí, el Señor.
Aquí en compañía de los humildes
Se hace mi pensamiento
más puro, donde más vil es el camino.

O el Milán bombardeado de Quasimodo:

Milano, agosto 1943

Invano cerchi tra la polvere,
povera mano, la città è morta.
È morta: s'è udito l'ultimo rombo
sul cuore del Naviglio: E l'usignolo
è caduto dall'antenna, alta sul convento,
dove cantava prima del tramonto.
Non scavate pozzi nei cortili:
i vivi non hanno più sete.
Non toccate i morti, così rossi, così gonfi:
lasciateli nella terra delle loro case:
la città è morta, è morta.

Milán, agosto 1943

En vano buscas en el polvo,
pobre mano, la ciudad está muerta.
Murió: ha oído el último rumor
del corazón de los canales: Y el ruiseñor
ha caído de lo alto de convento,
donde cantaba al atardecer.
No cavéis pozos en los patios:
Los vivos ya no tienen sed.
No toquéis a los muertos, tan rojos, tan hinchados:
dejadlos en la tierra de sus hogares:
la ciudad está muerta, está muerta.

Aunque desde luego, las ciudades de Italia han sido ocupación de otros poetas que los cisalpinos:

Венеция

Я был разбужен спозаранку
Щелчком оконного стекла.
Размокшей каменной баранкой
В воде Венеция плыла.

Все было тихо, и, однако,
Во сне я слышал крик, и он
Подобьем смолкнувшего знака
Еще тревожил небосклон.

Он вис трезубцем Скорпиона
Над гладью стихших мандолин
И женщиною оскорбленной,
Быть может, издан был вдали.

Теперь он стих и черной вилкой
Торчал по черенок во мгле.
Большой канал с косой ухмылкой
Оглядывался, как беглец.

Туда, голодные, противясь,
Шли волны, шлендая с тоски,
И гондолы рубили привязь,
Точа о пристань тесаки.

Вдали за лодочной стоянкой
В остатках сна рождалась явь.
Венеция венецианкой
Бросалась с набережных вплавь.

Lo que el lector acaba de leer metódicamente es 'Venecia' de Boris Pasternak, que vertemos imaginativamente aquí para más y mejor ilustración.

Venecia

Un golpe en la ventana antes del alba
Quiso entrar en mi sueño.
Abajo Venecia nadaba en el agua
Como un bollo de piedra en un tazón.

Todo estaba silencioso, y el silencio
Aún dormido, rompió un grito
Y, como un signo censurado,
Alborotó el cielo de la mañana.

Pendía como el arma de un escorpión
Sobre las mandolinas asordadas,
La queja de una mujer ofendida
Podía yo pensar que el grito era.

Otra vez silencio. En la bruma del alba
Había entrado hasta la empuñadura.
El Gran Canal en mueca insincera
Seguía mirando atrás. La realidad

Huía, nacida de jirones de sueño,
Lejos, entre las góndolas detenidas.
Como esa mujer de Venecia, Venecia
Saltaba al agua y comenzaba a nadar.

Volvamos a América y leamos tres Buenos Aires de Borges:

Buenos Aires, 1899

El aljibe. En el fondo la tortuga. 
Sobre el patio la vaga astronomía 
del niño. La heredada platería 
que se espeja en el ébano. La fuga
del tiempo, que al principio nunca pasa. 
Un sable que ha servido en el desierto. 
Un grave rostro militar y muerto. 
El húmedo zaguán. La vieja casa.
En el patio que fue de los esclavos 
la sombra de la parra se aboveda. 
Silba un trasnochador por la vereda.
En la alcancía duermen los centavos. 

Y tras éste:

Buenos Aires

Antes yo te buscaba en tus confines
que lindan con la tarde y la llanura
y en la verja que guarda una frescura
antigua de cedrones y jazmines.

En la memoria de Palermo estabas,
en su mitología de un pasado
de baraja y puñal y en el dorado
bronce de las inútiles aldabas,

con su mano y sortija. Te sentía
en los patios del Sur y en la creciente
sombra que desdibuja lentamente

su larga recta, al declinar el día.
Ahora estás en mí. Eres mi vaga

suerte, esas cosas que la muerte apaga.

Y el tercero:

Buenos Aires

Y la ciudad, ahora, es como un plano
de mis humillaciones y fracasos;
desde esa puerta he visto los ocasos
y ante ese mármol he aguardado en vano.

Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
me han deparado los comunes casos
de toda suerte humana; aquí mis pasos
urden su incalculable laberinto.

Aquí la tarde cenicienta espera
el fruto que le debe la mañana;
aquí mi sombra en la no menos vana

sombra final se perderá, ligera.
No nos une el amor sino el espanto
será por eso que la quiero tanto.

Y en la vieja Iberia, nos esperan Lisboa, la de Pessoa y Barcelona (la de Gil de Biedma):

Lisboa com suas casas

Lisboa com suas casas
De várias cores,
Lisboa com suas casas
De várias cores,
Lisboa com suas casas
De várias cores...
À força de diferente, isto é monótono.
Como à força de sentir, fico só a pensar.

Se, de noite, deitado mas desperto,
Na lucidez inútil de não poder dormir,
Quero imaginar qualquer coisa
E surge sempre outra (porque há sono,
E, porque há sono, um bocado de sonho),
Quero alongar a vista com que imagino
Por grandes palmares fantásticos,
Mas não vejo mais,
Contra uma espécie de lado de dentro de pálpebras,
Que Lisboa com suas casas
De várias cores.

Sorrio, porque, aqui, deitado, é outra coisa.
A força de monótono, é diferente.
E, à força de ser eu, durmo e esqueço que existo.

Fica só, sem mim, que esqueci porque durmo,
Lisboa com suas casas
De várias cores.

Lisboa con sus casas

Lisboa, con sus casas
De varios colores,
Lisboa, con sus casas
De varios colores,
Lisboa, con sus casas
De varios colores ...
A fuerza de diferente, esto es aburrido.
De tanto sentimiento, acabo sólo por pensar.

Si, por la noche, acostado pero despierto,
En lucidez inútil de no poder dormir,
Quiero imaginar nada
Y siempre viene otro (me duermo,
Y porque no se duerme, hay algún sueño)
Quiero alargar la mirada e imaginar
Entre fantásticos palmerales,
Pero no veo nada más,
Contra una especie de párpados en el interior,
Que a Lisboa, con sus casas
De varios colores.

Sonrío, porque, aquí, acostado, es otra cosa.
La fuerza monótona, es diferente.
Y, a fuerza de ser yo, me duermo y me olvido de que existo.

Está sola, sin mí, se me olvidaba, porque duermo,
Lisboa, con sus casas
De varios colores.

Y un fragmento y un poema de Gil de Biedma:

Ciudad
ya tan lejana!

Lejana junto al mar: tardes de puerto
y desamparo errante de los muelles.
Se obstinarán crecientes las mareas
por las horas de allá.

Y serán un rumor,
un pálpito que puja endormeciéndose:
cuando asoman las luces de la noche
sobre el mar.

Más, cada vez más honda
conmigo vas, ciudad,
como un amor hundido,
irreparable.

A veces ola y otra vez silencio.

Lo anterior es la tercera y última parte de "Las afueras". El poema completo es un gran poema civil:


«Barcelona ja no es bona»

o mi paseo solitario en primavera


A Fabián Estapé

Este despedazado anfiteatro,
impío honor de los dioses, cuya afrenta
publica el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo! representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago.

Rodrigo Caro


En los meses de aquella primavera
pasaron por aquí seguramente
más de una vez.
Entonces, los dos eran muy jóvenes
y tenían el Chrysler amarillo y negro.
Los imagino al mediodía, por la avenida de los tilos,
la capota del coche salpicada de sol,
o quizá en Miramar, llegando a los jardines,
mientras que sobre el fondo del puerto y la ciudad
se mecen las sombrillas del restaurante al aire libre,
y las conversaciones, y la música,
fundiéndose al rumor de los neumáticos
sobre la grava del paseo.
Sólo por un instante
se destacan los dos a pleno sol
con los trajes que he visto en las fotografías:
él examina un coche muchísimo más caro 
-un Duesemberg  sport con doble parabrisas, 
bello como una máquina de guerra-
y ella se vuelve a mí, quizá esperándome,
y el vaivén de las rosas de la pérgola
parpadea en la sombra
de sus pacientes ojos de embarazada.
Era en el año de la Exposición.

Así yo estuve aquí
dentro del vientre de mi madre,
y es verdad que algo oscuro, que algo anterior me trae
por estos sitios destartalados.
Más aún que los árboles y la naturaleza 
o que el susurro del agua corriente 
furtiva, reflejándose en las hojas 
-y eso que ya a mis años
se empieza a agradecer la primavera-,
yo busco en mis paseos los tristes edificios,
las estatuas manchadas con lápiz de labios,
los rincones del parque pasados de moda
en donde, por la noche, se hacen el amor...
Y a la nostalgia de una edad feliz
y de dinero fácil, tal como la contaban,
se mezcla un sentimiento bien distinto
que aprendí de mayor,
este resentimiento
contra la clase en que nací,
y que se complace también al ver mordida,
ensuciada la feria de sus vanidades
por el tiempo y las manos del resto de los hombres.

Oh mundo de mi infancia, cuya mitología
se asocia -bien lo veo-
con el capitalismo de empresa familiar!
Era ya un poco tarde
incluso en Cataluña, pero la pax burguesa
reinaba en los hogares y en las fábricas,
sobre todo en las fábricas - Rusia estaba muy lejos
y muy lejos Detroit.
Algo de aquel momento queda en estos palacios
y en estas perspectivas desiertas bajo el sol,
cuyo destino ya nadie recuerda.
Todo fue una ilusión, envejecida
como la maquinaria de sus fábricas,
o como la casa en Sitges, o en Caldetas,
heredada también por el hijo mayor.

Sólo montaña arriba, cerca ya del castillo,
de sus fosos quemados por los fusilamientos,
dan señales de vida los murcianos.
Y yo subo despacio por las escalinatas
sintiéndome observado, tropezando en las piedras
en donde las higueras agarran sus raíces,
mientras oigo a estos chavas nacidos en el Sur
hablarse en catalán, y pienso, a un mismo tiempo,
en mi pasado y en su porvenir.

Sean ellos sin más preparación
que su instinto de vida
más fuertes al final que el patrón que les paga
y que el salta-taulells que les desprecia:
que la ciudad les pertenezca un día.
Como les pertenece esta montaña,
este despedazado anfiteatro
de las nostalgias de una burguesía.

Y al final la ciudad se revela al tiempo inescapable e indigna de esperanza. Indigna de la esperanza del cosmopolita, según el poema de Gottfried Benn:

Reisen

Meinen Sie Zürich zum Beispiel 
sei eine tiefere Stadt, 
wo man Wunder und Weihen 
immer als Inhalt hat?
                                                          
Meinen Sie, aus Habana, 
weiß und hibiskusrot, 
bräche ein ewiges Manna 
für Ihre Wüstennot?
Bahnhofstraßen und Rueen, 
Boulevards, Lidos, Laan – 
selbst auf den Fifth Avenueen 
fällt Sie die Leere an –
ach, vergeblich das Fahren! 
Spät erst erfahren Sie sich: 
bleiben und stille bewahren
das sich umgrenzende Ich.

Viajes

¿Cree usted que Zürich por ejemplo
 es una profunda ciudad
 donde inspiraciones y portentos
 de contenido se tendrán?
 ¿Cree usted que de La Habana,
 blanco y rojo de hibisco,
un eterno maná mana
para su desierto mísero?
Calles de estación y rues,
 bulevares, lidos, laan
– incluso en la Fifth Avenue
 el vacío le atacará.
 ¡Ah, inútil es el viajar!
 Tarda de sí la experiencia:
 quedarse y en calma guardar
 al yo que se da fronteras.

Trad. De José Luis Reina Palazón

E inescapable porque es el único lugar del animal político, según su nombre indica, lo que a escala de cada cual se ofrece según una bien conocida y terrible moraleja, en la que Cavafis se complace:

Η Πόλις

Είπες· «Θα πάγω σ’ άλλη γη, θα πάγω σ’ άλλη θάλασσα.
Μια πόλις άλλη θα βρεθεί καλλίτερη από αυτή.
Κάθε προσπάθεια μου μια καταδίκη είναι γραφτή·
κ’ είν’ η καρδιά μου — σαν νεκρός — θαμένη.
Ο νους μου ως πότε μες στον μαρασμόν αυτόν θα μένει.
Όπου το μάτι μου γυρίσω, όπου κι αν δω
ερείπια μαύρα της ζωής μου βλέπω εδώ,
που τόσα χρόνια πέρασα και ρήμαξα και χάλασα.»

Καινούριους τόπους δεν θα βρεις, δεν θάβρεις άλλες θάλασσες.
Η πόλις θα σε ακολουθεί. Στους δρόμους θα γυρνάς
τους ίδιους. Και στες γειτονιές τες ίδιες θα γερνάς·
και μες στα ίδια σπίτια αυτά θ’ ασπρίζεις.
Πάντα στην πόλι αυτή θα φθάνεις. Για τα αλλού — μη ελπίζεις—
δεν έχει πλοίο για σε, δεν έχει οδό.
Έτσι που τη ζωή σου ρήμαξες εδώ
στην κώχη τούτη την μικρή, σ’ όλην την γη την χάλασες. 

En romano:

La ciudad

Dices: "Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
Y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo los ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí".
No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.

Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques -no la hay-
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.

Hay quien afirma que Ovidio, el que dice a su libro que irá sin él a la ciudad, nunca fue desterrado de Roma, y que así fingió y nosotros entendimos una desgracia que no fue. Recuérdese el hidalgo que para Borges nunca dejó su aldea manchega. Sospecho que la ciudad no puede deshacerse de los poetas, y menos de sus libros. Que esa sea su desgracia, la de la ciudad digo, ésa es otra historia.




[1] El lector pensará sin duda en el género urbano y poético de los cementerios, ya sea en su versión prerromántica (Gray: “The curfew tolls the knell of parting day,..”), romántica (Foscolo:“All’ombra de’ cipressi e dentro l’urne/Confortate di pianto è forse il sonno/Della morte men duro?...”) en la valeriana (“Ce toit tranquil le, où marchent des colombes… ) o en la unamuniana : “Corral de muertos, entre probres tapias, / hechas también de baroo...”. Más abajo, ofreceremos otra dosis necropolitana.
[2]  Nuestro amigo José Ramo no incluyó este poema en su magnífico volumen de traducciones, lo que priva al lector de una versión sensata. Véase: Jules Supervielle, El forzado inocente, Valencia, Pre-Textos, 2014) 



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